Y al atardecer , como imaginaba , el Maestro cargó su saco y embarcó con el propietario del astillaro , el Zebedeo padre , en la lancha que lo trasladaba a diario desde Saidan. Lo vi remar y alejarse hacía la cercana costa oriental del yam. La tristeza iba con Él...
Y allí permanecí , confundido , sin saber que partido tomar .
¿ Regresaría al astillero ? Quizá debería haber embarcado con Él . Prometí no abandonarlo . Pero ¿ por qué no iba a retornar ?
Santiago no supo aclarar esta cuestión . En realidad , nadie conocía sus planes . Y me reproché la falta de reflejos . Tenía que arriesgarme y seguirlo . Pero ¿ lo hacía en esos instantes o esperaba al día siguiente ? Sólo tenía que contratar una embarcación y dirigirme al pequeño poblado de pescadores . ¿ Y kesil ?
No lo haría . Quizá Él deseaba estar solo ...
Y en ello estaba , sumido en la confusión , como digo , cuando intervino el Destino ...
Curioso : lo había olvidado .
En esta oportunidad , el Destino se llamó Yu . El chino me reclamó . Cargaba uno de aquellos enigmáticos bultos , cuidadosamente envuelto en tela , y que jamás , hasta esos momentos , habíamos logrado identificar .
Yu se hallaba a las puertas del tercer barracón , muy próximo al aserradero , al que Eliseo y yo bautizamos como el << barracón secreto >> , un pabellón al que nadie tenía acceso , salvo el naggar o maestro . En la puerta , como dije , colgaba un cartel que advertía : << Sólo Yu >> El chino solía dirigirse a él con gran sigilo . Nunca supimos que hacía en el interior . Permanecía largo rato en dicho barracón , siempre en silencio . La única señal de actividad era una columna de humo , que escapaba por una de las esquinas de la caseta de madera .
Esperó a que el astillero se hallara desierto . Jesús y el Zebedeo padre eran ya un punto oscuro en las rojizas aguas del lago . Los relojes del módulo podían señalar las 16 horas y 45 minutos . No faltaba mucho para el ocaso .
Comprendió mi intriga y sonrió , malicioso . Pero el naggar no adelantó una sola palabra .
Al poco , cuando la totalidad de los obreros desapareció del lugar , exclamó :
- Sé que los dioses te han abandonado ...
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Y allí permanecí , confundido , sin saber que partido tomar .
¿ Regresaría al astillero ? Quizá debería haber embarcado con Él . Prometí no abandonarlo . Pero ¿ por qué no iba a retornar ?
Santiago no supo aclarar esta cuestión . En realidad , nadie conocía sus planes . Y me reproché la falta de reflejos . Tenía que arriesgarme y seguirlo . Pero ¿ lo hacía en esos instantes o esperaba al día siguiente ? Sólo tenía que contratar una embarcación y dirigirme al pequeño poblado de pescadores . ¿ Y kesil ?
No lo haría . Quizá Él deseaba estar solo ...
Y en ello estaba , sumido en la confusión , como digo , cuando intervino el Destino ...
Curioso : lo había olvidado .
En esta oportunidad , el Destino se llamó Yu . El chino me reclamó . Cargaba uno de aquellos enigmáticos bultos , cuidadosamente envuelto en tela , y que jamás , hasta esos momentos , habíamos logrado identificar .
Yu se hallaba a las puertas del tercer barracón , muy próximo al aserradero , al que Eliseo y yo bautizamos como el << barracón secreto >> , un pabellón al que nadie tenía acceso , salvo el naggar o maestro . En la puerta , como dije , colgaba un cartel que advertía : << Sólo Yu >> El chino solía dirigirse a él con gran sigilo . Nunca supimos que hacía en el interior . Permanecía largo rato en dicho barracón , siempre en silencio . La única señal de actividad era una columna de humo , que escapaba por una de las esquinas de la caseta de madera .
Esperó a que el astillero se hallara desierto . Jesús y el Zebedeo padre eran ya un punto oscuro en las rojizas aguas del lago . Los relojes del módulo podían señalar las 16 horas y 45 minutos . No faltaba mucho para el ocaso .
Comprendió mi intriga y sonrió , malicioso . Pero el naggar no adelantó una sola palabra .
Al poco , cuando la totalidad de los obreros desapareció del lugar , exclamó :
- Sé que los dioses te han abandonado ...
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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