Lázaro y sus amigos cruzaron el empedrado piso del patio y se dirigieron a una de las puertas de la izquierda . Al pasar bajo el soportal reparé en cuatro mujeres , sentadas en uno de los bancos de piedra adosados en cada una de las cuatro fachadas existentes bajo el claustro . Todas ellas vestían cumplidas túnicas de colores claros - generalmente verdoso -, con las cabezas cubiertas por sendos pañolones . Ninguna , sin embargo , ocultaba su rostro.
Guardaré siempre un grato e imborrable recuerdo de aquella sala rectangular a la que me había conducido el amigo de Jesús . Allí transcurrirían algunos de los momentos más apacibles de mi incursión en Betania .
Se trataba de la sala familiar . Una especie de salón -comedor de unos ocho metros de largo por cuatro y medio de ancho . Tres ventanas estiradas y angostas , practicadas en el muro opuesto a la puerta , apenas si dejaban entrar la claridad . Una blanca mesa de pino presidía el centro de la estancia , cuyo suelo había sido revocado con mortero .
En una de las esquinas chisporroteaban algunos troncos , alimentados por el fuerte tiro del hogar . El fogón cumplía una doble misión . De una parte , servir de calefacción en los rudos meses invernales y , por otra , permitir la preparación de los alimentos . Para ello , los propietarios habían levantado a escasa distancia de la chimenea propiamente dicha un murete circular de una treinta centímetros de altura , formado por cuatro capas en las que alternaban el barro y los cascotes . En su interior , entre las brasas , se depositaban los pucheros , así como las bateas convexas que servían para cocer tortas hechas con masa sin levadura . Cuando se deseaba cocinar sin la aplicación directa del fuego , las mujeres depositaban unas piedras planas sobre la candela . Una vez caldeadas , las brasas eran apartadas y el guiso se realizaba sobre las piedras .
En casi todas las paredes habían sido dispuestas alacenas y repisas de madera en las que se alineaban lebrillos , bandejas , soperas y otros enseres , la mayoría de barro o bronce .
Autor :J.J. Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Guardaré siempre un grato e imborrable recuerdo de aquella sala rectangular a la que me había conducido el amigo de Jesús . Allí transcurrirían algunos de los momentos más apacibles de mi incursión en Betania .
Se trataba de la sala familiar . Una especie de salón -comedor de unos ocho metros de largo por cuatro y medio de ancho . Tres ventanas estiradas y angostas , practicadas en el muro opuesto a la puerta , apenas si dejaban entrar la claridad . Una blanca mesa de pino presidía el centro de la estancia , cuyo suelo había sido revocado con mortero .
En una de las esquinas chisporroteaban algunos troncos , alimentados por el fuerte tiro del hogar . El fogón cumplía una doble misión . De una parte , servir de calefacción en los rudos meses invernales y , por otra , permitir la preparación de los alimentos . Para ello , los propietarios habían levantado a escasa distancia de la chimenea propiamente dicha un murete circular de una treinta centímetros de altura , formado por cuatro capas en las que alternaban el barro y los cascotes . En su interior , entre las brasas , se depositaban los pucheros , así como las bateas convexas que servían para cocer tortas hechas con masa sin levadura . Cuando se deseaba cocinar sin la aplicación directa del fuego , las mujeres depositaban unas piedras planas sobre la candela . Una vez caldeadas , las brasas eran apartadas y el guiso se realizaba sobre las piedras .
En casi todas las paredes habían sido dispuestas alacenas y repisas de madera en las que se alineaban lebrillos , bandejas , soperas y otros enseres , la mayoría de barro o bronce .
Autor :J.J. Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez