El Maestro , entonces , levantó el rostro hacia el celeste de los cielos . Inspiró profundamente y así permaneció durante algunos segundos , con los ojos cerrados . Mi mente siguió en blanco . No entendía nada .
Y tan súbitamente como se apagaron , así regresaron los aullidos . Esta vez más lúgubres y prolongados ...
El grupo , como un solo hombre , dio un paso atrás , al tiempo que alzaban los puños , amenazadores . Aquello - lo que fuera - seguía avanzando . Algunas mujeres , aterrorizadas , dieron media vuelta y escaparon entre agudos chillidos .
Cuando caí en la cuenta , el Galileo se había incorporado y caminaba hacia el grupo . No lo dudé . Me fuí tras él .
Jesús , con paso decidido , rodeó a los cuidadores y fue a situarse a la cabeza de los nerviosos individuos , junto al esenio y el niño sordomudo.
¿ Cómo pude olvidarlo ?
Allí estaba el responsable de los aullidos . Eliseo y yo tuvimos un encuentro con él en la primera visita al kan . Se trataba del joven encadenado , un muchacho de unos veinte años , negro como el carbón y << tatuado >> de la cabeza a los pies con pequeños círculos ( en realidad , escarificaciones o incisiones en la piel , provocadas con algún punzón o arma blanca ) . Aparecía igualmente desnudo , sudoroso , con el rostro desencajado por la cólera y el tobillo izquierdo lacerado y sangrante por el continuo roce del grilleteque lo aprisionaba . Una cadena de gruesos eslabones , de unos tres metros , lo anclaba a la base de una de las cabañas . El Negro , alto y musculoso como el Galileo , había al límite permitido por la cadena , a poco más de dos metros de Assi y de Denario . Jadeaba violentamente , amenazando a los habitantes del refugio con un pelícano muerto que sostenía por encima de la cabeza . Varias veces lo proyectó hacia el auxiliador , acompañando lo ataques con otros tantos aullidos .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Y tan súbitamente como se apagaron , así regresaron los aullidos . Esta vez más lúgubres y prolongados ...
El grupo , como un solo hombre , dio un paso atrás , al tiempo que alzaban los puños , amenazadores . Aquello - lo que fuera - seguía avanzando . Algunas mujeres , aterrorizadas , dieron media vuelta y escaparon entre agudos chillidos .
Cuando caí en la cuenta , el Galileo se había incorporado y caminaba hacia el grupo . No lo dudé . Me fuí tras él .
Jesús , con paso decidido , rodeó a los cuidadores y fue a situarse a la cabeza de los nerviosos individuos , junto al esenio y el niño sordomudo.
¿ Cómo pude olvidarlo ?
Allí estaba el responsable de los aullidos . Eliseo y yo tuvimos un encuentro con él en la primera visita al kan . Se trataba del joven encadenado , un muchacho de unos veinte años , negro como el carbón y << tatuado >> de la cabeza a los pies con pequeños círculos ( en realidad , escarificaciones o incisiones en la piel , provocadas con algún punzón o arma blanca ) . Aparecía igualmente desnudo , sudoroso , con el rostro desencajado por la cólera y el tobillo izquierdo lacerado y sangrante por el continuo roce del grilleteque lo aprisionaba . Una cadena de gruesos eslabones , de unos tres metros , lo anclaba a la base de una de las cabañas . El Negro , alto y musculoso como el Galileo , había al límite permitido por la cadena , a poco más de dos metros de Assi y de Denario . Jadeaba violentamente , amenazando a los habitantes del refugio con un pelícano muerto que sostenía por encima de la cabeza . Varias veces lo proyectó hacia el auxiliador , acompañando lo ataques con otros tantos aullidos .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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