Era uno de los vendedores a los que había encomendado las provisiones y la tienda . Procedía del poblado . Se acercaba presuroso , con una cántara sobe la cabeza y una cesta a la espalda . Del segundo vendedor , ni rastro .
No pude o no supe contenerme . Lo reconozco : fallé .
Al descubrirlo , antes de que acertara a hablar , la emprendí a gritos con el pobre infeliz , acusándolo de todo lo que uno pueda imaginar y algo más . Fue un estallido de cólera y , supongo , una forma de vaciar la tensión . No estuvo bien .
El hombre , aterrorizado , imaginando que de los gritos pasaría a las manos , depositó el agua y las frutas sobre el caminillo , y dando media vuelta , huyó a la carrera .
Los gritos lo persiguieron ...
Y al inclinarme sobre la cántara , una mano fue a posarse sobre mi hombro izquierdo . Me sobresalté.
Era el predicador . Por detrás , mudos , como siempre , aparecían varios de los hombres armados .
- ¿ Por qué tanta violencia ?
El tono , aunque severo , no era amenazador . Y volvió a sonreírme con aquella lejana dulzura . Fue providencial . La presencia y el interés del pequeño - gran hombre me aliviaron , devolviéndome al estado del que nunca debería haberme distanciado .
Le narré mi penas y , e silencio , acudió junto a Eliseo y lo examinó.
Fue instantáneo . A una orden del hombrecito , su gente se movilizó . Los vi cortar los arundos , las cañas gigantes que crecían al amparo del Yaboq , y en un abrir y cerrar de ojos , hábiles , construyeron una << tienda >> de dos aguas . Allí transportamos al ingeniero . El refugio , aunque rústico , resultaría eficaz contra los ardores tropicales . Y mi compañero y quien esto escribe dispusimos , al menos , de un techo .
Curioso destino ...
Los mismos hombres que me habían amenazado con sus gladius , ahora , entregados y dispuestos , se desvivían por cumplir los deseos de su jefe . Sencillamente , lo veneraban...
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
No pude o no supe contenerme . Lo reconozco : fallé .
Al descubrirlo , antes de que acertara a hablar , la emprendí a gritos con el pobre infeliz , acusándolo de todo lo que uno pueda imaginar y algo más . Fue un estallido de cólera y , supongo , una forma de vaciar la tensión . No estuvo bien .
El hombre , aterrorizado , imaginando que de los gritos pasaría a las manos , depositó el agua y las frutas sobre el caminillo , y dando media vuelta , huyó a la carrera .
Los gritos lo persiguieron ...
Y al inclinarme sobre la cántara , una mano fue a posarse sobre mi hombro izquierdo . Me sobresalté.
Era el predicador . Por detrás , mudos , como siempre , aparecían varios de los hombres armados .
- ¿ Por qué tanta violencia ?
El tono , aunque severo , no era amenazador . Y volvió a sonreírme con aquella lejana dulzura . Fue providencial . La presencia y el interés del pequeño - gran hombre me aliviaron , devolviéndome al estado del que nunca debería haberme distanciado .
Le narré mi penas y , e silencio , acudió junto a Eliseo y lo examinó.
Fue instantáneo . A una orden del hombrecito , su gente se movilizó . Los vi cortar los arundos , las cañas gigantes que crecían al amparo del Yaboq , y en un abrir y cerrar de ojos , hábiles , construyeron una << tienda >> de dos aguas . Allí transportamos al ingeniero . El refugio , aunque rústico , resultaría eficaz contra los ardores tropicales . Y mi compañero y quien esto escribe dispusimos , al menos , de un techo .
Curioso destino ...
Los mismos hombres que me habían amenazado con sus gladius , ahora , entregados y dispuestos , se desvivían por cumplir los deseos de su jefe . Sencillamente , lo veneraban...
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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