María me arrebató el espejo de un manotazo y , confortada por quel griego , inasequible al desaliento , esbozó una sonrisa que la transfiguró . La blanca y equilibrada dentadura asomó fugaz y , fingiendo una dureza inexistente , señaló el piso de la plataforma , ordenando que me arrodillara . Obedecí simulando sumisión . Y refunfuñando depositó un denario de plata bañado en vinagre sobre el hematoma , sujetandolo con el largo lienzo.
- Ahora sí que estás guapo - replicó , devolviéndome el guiño .
Y de esta guisa , con la frente cubierta por el paño , retorné a la escena principal . La Señora , remontando el inicial abatimiento , se aproximó a los cuatro escalones y , colocandose en jarras , contempló brevemente un alboroto que no parecia tener fin . Me eché a temblar . Algo sabia del temperamento de hierro de la madre del Galileo y de sus imprebisibles reacciones . David , acobardado , continuaba junto a la puerta , tieso como un árbol y con los ojos fijos en Jacobo , que momentaneamente vociferaba por encima de los demás . En el ángulo derecho , reclinado contra las ánforas , descubrí al fin al Zebedeo . Conservaba aquella mirada extraviada . Evidentemente , aunque asistía al conflicto , no parecía ver ni escuchar :
- ¡ No permitiré que mamá María huya de su casa y de su tierra !...
Y milagrosamente el albañil acompañó aquella última frase con un gesto de su mano izquierda , marcando la dirección de la plataforma . Y digo << milagrosamente >> porque , al detectar la figura de su suegra , repuesta y a punto de estallar , el apasionado galileo se deshincho al instante . Y la brusca interrupción y el atemorizado semblante de Jacobo - con la mirada enganchada en aquel mal sujeto vendaval que se avecinaba - no pasaron inavertidos . Los gritos , maldiciones y sarcasmos cesaron como por encanto . Y el grupo , al unísono , percibiendo la borrasca , bajó la cabeza .
María , arruinando mis previsiones , se limitó a pasear su justa indignación ante cada una de las caras . Y sin mediar palabra alargó el brazo , indicando que la ayudaran a descender .
Y en un elocuente silencio , con el reproche colgando de la mirada , cruzó entre los pasmados Santiago , Miriam , Ruth y Jacobo.
Y quien esto escribe , sin saber dónde esconderse , continuó a su lado , sintiendo en la muñeca izquierda la presión de los largos y encallecidos dedos . Una preión que delataba toda su angustia .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
- Ahora sí que estás guapo - replicó , devolviéndome el guiño .
Y de esta guisa , con la frente cubierta por el paño , retorné a la escena principal . La Señora , remontando el inicial abatimiento , se aproximó a los cuatro escalones y , colocandose en jarras , contempló brevemente un alboroto que no parecia tener fin . Me eché a temblar . Algo sabia del temperamento de hierro de la madre del Galileo y de sus imprebisibles reacciones . David , acobardado , continuaba junto a la puerta , tieso como un árbol y con los ojos fijos en Jacobo , que momentaneamente vociferaba por encima de los demás . En el ángulo derecho , reclinado contra las ánforas , descubrí al fin al Zebedeo . Conservaba aquella mirada extraviada . Evidentemente , aunque asistía al conflicto , no parecía ver ni escuchar :
- ¡ No permitiré que mamá María huya de su casa y de su tierra !...
Y milagrosamente el albañil acompañó aquella última frase con un gesto de su mano izquierda , marcando la dirección de la plataforma . Y digo << milagrosamente >> porque , al detectar la figura de su suegra , repuesta y a punto de estallar , el apasionado galileo se deshincho al instante . Y la brusca interrupción y el atemorizado semblante de Jacobo - con la mirada enganchada en aquel mal sujeto vendaval que se avecinaba - no pasaron inavertidos . Los gritos , maldiciones y sarcasmos cesaron como por encanto . Y el grupo , al unísono , percibiendo la borrasca , bajó la cabeza .
María , arruinando mis previsiones , se limitó a pasear su justa indignación ante cada una de las caras . Y sin mediar palabra alargó el brazo , indicando que la ayudaran a descender .
Y en un elocuente silencio , con el reproche colgando de la mirada , cruzó entre los pasmados Santiago , Miriam , Ruth y Jacobo.
Y quien esto escribe , sin saber dónde esconderse , continuó a su lado , sintiendo en la muñeca izquierda la presión de los largos y encallecidos dedos . Una preión que delataba toda su angustia .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez