Al poco , y por la misma puerta por donde habíamos penetrado en la explanada , vimos aparecer s un hombre joven , cubierto contípica túnica roja de los legionarios , escoltado por dos centinelas .
Al llegar frente a los centuriones , Civilis le saludó con el brazo en alto . El condenado respondió al saludo y sin más preámbulos el jefe de las centurias ordenó a la custodia que le despojaran de su vestimenta . Desde mi posición , a espaldas de los oficiales , observé cómo Civilis entregaba su bastón al tribuno .
Mientras uno de los centinelas sostenía la lanza de su compañero , éste , haciendo presa en el escote de la túnica , dio un fuerte tirón , desgarrándola hasta la cintura . Inmediatamente , el soldado tomó la prenda por la parte baja del desgarrón , abriéndola en su totalidad con otro certero golpe . Arrojó la túnica a la arena procediendo después a despojar al desdichado de su taparrabo . Una vez desnudo , la guardia y los centuriones retrocedieron unos pasos , dejando al reo en mitad del círculo que habían ido formado los 40 o 50 mercenarios que habían conseguido una de aquellas varas . Ante mi sorpresa , aquel infeliz no se movió siquiera . Su rostro había palidecido y sus ojos , desencajados por un crecuente terror , parecían ausentes .
El tribuno se acercó entonces al sirio , tocándole suavemente con el sarmiento que le había cedido Civilis . Y al instante , como impulsados por un odio salvaje e irracional , los soldados saltaron sobre la víctima , golpeándole entre alaridos e insultos . El joven se llevó instintivamente los brazos a la cabeza , pero la lluvia de golpes era tal que no tardó en doblar las rodillas , con la frente , rostro y orejas materialmente machacados y cubiertos de sangre . Una vez caído , aquellas bestias humanas , sudorosas y jadeantes , arreciaron en sus bastonazos hasta que la víctima terminó por hacerse un ovillo , hundiendo el rostro en la arena . En ese instante , Civilis hizo una señal a uno de los centuriones . Y aquel coloso - de casi dos metros de altura y la embergadura de un oso - se habrió paso a empellones entre la enloquecida chusma . Al verle , los mercenarios cesaron en sus acometidas . Y el silencio , apenas roto por las agitadas respiraciones de los apaleadores , reinó nuevamente en el lugar .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio martinez
Al llegar frente a los centuriones , Civilis le saludó con el brazo en alto . El condenado respondió al saludo y sin más preámbulos el jefe de las centurias ordenó a la custodia que le despojaran de su vestimenta . Desde mi posición , a espaldas de los oficiales , observé cómo Civilis entregaba su bastón al tribuno .
Mientras uno de los centinelas sostenía la lanza de su compañero , éste , haciendo presa en el escote de la túnica , dio un fuerte tirón , desgarrándola hasta la cintura . Inmediatamente , el soldado tomó la prenda por la parte baja del desgarrón , abriéndola en su totalidad con otro certero golpe . Arrojó la túnica a la arena procediendo después a despojar al desdichado de su taparrabo . Una vez desnudo , la guardia y los centuriones retrocedieron unos pasos , dejando al reo en mitad del círculo que habían ido formado los 40 o 50 mercenarios que habían conseguido una de aquellas varas . Ante mi sorpresa , aquel infeliz no se movió siquiera . Su rostro había palidecido y sus ojos , desencajados por un crecuente terror , parecían ausentes .
El tribuno se acercó entonces al sirio , tocándole suavemente con el sarmiento que le había cedido Civilis . Y al instante , como impulsados por un odio salvaje e irracional , los soldados saltaron sobre la víctima , golpeándole entre alaridos e insultos . El joven se llevó instintivamente los brazos a la cabeza , pero la lluvia de golpes era tal que no tardó en doblar las rodillas , con la frente , rostro y orejas materialmente machacados y cubiertos de sangre . Una vez caído , aquellas bestias humanas , sudorosas y jadeantes , arreciaron en sus bastonazos hasta que la víctima terminó por hacerse un ovillo , hundiendo el rostro en la arena . En ese instante , Civilis hizo una señal a uno de los centuriones . Y aquel coloso - de casi dos metros de altura y la embergadura de un oso - se habrió paso a empellones entre la enloquecida chusma . Al verle , los mercenarios cesaron en sus acometidas . Y el silencio , apenas roto por las agitadas respiraciones de los apaleadores , reinó nuevamente en el lugar .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio martinez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
puede comentar todas las personas que lo deseen , con educación y respeto