El centinela captó mi mirada - absorta en el acero reluciente de la punta de flecha en que terminaba su lanza - y , con una sonrisa malicosa , inclinó el pilum hasta que el afilado extremo quedó a un palmo de mi pecho . José se asustó . Por un instante traté de imaginar qué habría sucedido si el soldado hubiera intentado clavarme el arma . Probablemente , el susto del centinela , al ver que su pilum se quebraba o que no penetraba en mi torso , hubiera sido mayor que el mio . La << piel de serpiente >> que cubría mi cuerpo estaba perfectamente diseñada para resistir un embate de ese tipo .
Lejos de echarme atras o de demostrar inquietud , correspondí a su sonrisa con otra más intensa , dándole a entender que sabía que se trataba de una broma .
Aquel gesto , que el soldado interpretó como un rasgo de valor , y que me valió su respeto , iba a resultarme - sin yo proponérmelo - de suma utilidad durante el prendimiento del Galileo en la noche del día siguiente .
En ese momento , el centinela que había acudido al interior de la fortaleza reclamó nuestra presencia desde el portalón de la torre . José y yo salvamos los diez o quince metros de terreno baldío que separaba el muro o parapeto exterior de piedra de un profundo foso , de 50 codos ( 22,50 metros ) , excabado por Herodes cuando mandó reedificar una antigua fortaleza de los macabeos y a la que dio el mencionado título de Antonia , en honor de Marco Antonio . Este foso , seco en aquella época , rodeaba la residencia del gobernador romano en todo su perímetro , excepción hecha de la cara sur que , como ya expliqué , se hallaba adosada al muro norte del Templo . Sus cimientos eran una gigantesca peña , alisada íntegramente en su cima y costados . Herodes , en previsión de posibles ataques , había cubierto estos últimos con enormes planchas de hierro , de forma que el acceso por los mismos resultase impracticable . Y sobre esta sólida base se levantaba un magnifico baluarte , construido con grandes piedras rectangulares . Allí tendrían lugar los sucesivos interrogatorios a Jesús , así como el valvaje castigo de la flagelación .
Autor : J.J. Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Lejos de echarme atras o de demostrar inquietud , correspondí a su sonrisa con otra más intensa , dándole a entender que sabía que se trataba de una broma .
Aquel gesto , que el soldado interpretó como un rasgo de valor , y que me valió su respeto , iba a resultarme - sin yo proponérmelo - de suma utilidad durante el prendimiento del Galileo en la noche del día siguiente .
En ese momento , el centinela que había acudido al interior de la fortaleza reclamó nuestra presencia desde el portalón de la torre . José y yo salvamos los diez o quince metros de terreno baldío que separaba el muro o parapeto exterior de piedra de un profundo foso , de 50 codos ( 22,50 metros ) , excabado por Herodes cuando mandó reedificar una antigua fortaleza de los macabeos y a la que dio el mencionado título de Antonia , en honor de Marco Antonio . Este foso , seco en aquella época , rodeaba la residencia del gobernador romano en todo su perímetro , excepción hecha de la cara sur que , como ya expliqué , se hallaba adosada al muro norte del Templo . Sus cimientos eran una gigantesca peña , alisada íntegramente en su cima y costados . Herodes , en previsión de posibles ataques , había cubierto estos últimos con enormes planchas de hierro , de forma que el acceso por los mismos resultase impracticable . Y sobre esta sólida base se levantaba un magnifico baluarte , construido con grandes piedras rectangulares . Allí tendrían lugar los sucesivos interrogatorios a Jesús , así como el valvaje castigo de la flagelación .
Autor : J.J. Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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