Avanzada ya la medianoche , uno a uno , los discípulos fueron levantandose y abandonando el fuego . Mientras buscaban refugio en las tiendas o se arropaban con sus mantos al socaire del muro de piedra , Andrés procedió a designar el primer turno de guardia : dos hombres armados con espadas. Uno se situó al sur , en la entrada del huerto y el otro , al norte , en las proximidades de la gruta . El relevo se efectuaría cada hora .
Pero Jesús no se movió . Sentado a metro y medio de la hoguera - y de espaldas al olivar -, permaneció unos minutos con la mirada fija en las ondulantes y encarnadas lenguas de fuego , que chisporroteaban a ratos a causa de algunos de los troncos , algo más húmedos que el resto .
Pronto me quedé solo , frente a él y con la fogata como únicotestigo , casi mudo , de la que iba a ser mi tercera y última conversación con el Maestro . Sus brazos descansaban sobre las piernas , cruzadas una sobre otra . El Nazareno había abierto sus manos , recogiendo el calor sobre las palmas . Tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante y sus cabellos y rostro se iluminaban y apagaban , a capricho del jugueteo de las llamas . Su expresión , acogedora y apacible durante toda la noche , se había vuelto grave .
De pronto , el corazón me dio un vuelco . Brillante , tímida y sin prisas , una lágrima había hecho aparición en su mejilla derecha . Era la segunda vez que veía llorar a aquel extraño hombre ...
No respiré siquiera , conmovido e intrigado por aquel sereno y súbito llanto del Galileo . Pero Jesús parecía totalmente ausente . Y a los pocos minutos , echando la cabeza hacia atrás , inspiró profundamente , incorporandose . En mi mente bullían y se cruzaban un sinfín de hipótesis sobre el estado de ánimo del Galileo , pero no me atreví a moverme .
Le vi alejarse hacia el interior del olivar y detenerse a cosa de treinta o cuarenta pasos de donde me encontraba . Y así permaneció - en pie y con la cabeza baja - por espacio de una hora . La luna , casi llena , solitaria entre miles de estrellas , se encargó de bañarlo con una luz plateada , oscilante a veces por una brisa que entraba de puntillas entre las hojas verdiblancas de los olivos .
Autor :
J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Pero Jesús no se movió . Sentado a metro y medio de la hoguera - y de espaldas al olivar -, permaneció unos minutos con la mirada fija en las ondulantes y encarnadas lenguas de fuego , que chisporroteaban a ratos a causa de algunos de los troncos , algo más húmedos que el resto .
Pronto me quedé solo , frente a él y con la fogata como únicotestigo , casi mudo , de la que iba a ser mi tercera y última conversación con el Maestro . Sus brazos descansaban sobre las piernas , cruzadas una sobre otra . El Nazareno había abierto sus manos , recogiendo el calor sobre las palmas . Tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante y sus cabellos y rostro se iluminaban y apagaban , a capricho del jugueteo de las llamas . Su expresión , acogedora y apacible durante toda la noche , se había vuelto grave .
De pronto , el corazón me dio un vuelco . Brillante , tímida y sin prisas , una lágrima había hecho aparición en su mejilla derecha . Era la segunda vez que veía llorar a aquel extraño hombre ...
No respiré siquiera , conmovido e intrigado por aquel sereno y súbito llanto del Galileo . Pero Jesús parecía totalmente ausente . Y a los pocos minutos , echando la cabeza hacia atrás , inspiró profundamente , incorporandose . En mi mente bullían y se cruzaban un sinfín de hipótesis sobre el estado de ánimo del Galileo , pero no me atreví a moverme .
Le vi alejarse hacia el interior del olivar y detenerse a cosa de treinta o cuarenta pasos de donde me encontraba . Y así permaneció - en pie y con la cabeza baja - por espacio de una hora . La luna , casi llena , solitaria entre miles de estrellas , se encargó de bañarlo con una luz plateada , oscilante a veces por una brisa que entraba de puntillas entre las hojas verdiblancas de los olivos .
Autor :
J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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