Inspeccioné también la parte exterior de la gruta , comprobando cómo por su cara norte - en el extremo opuesto a la entrada - había sido practicado un canalillo que descendía hasta una especie de pila de depuración . Simón había excabado la cima de la enorme roca , aprovechando así las aguas de lluvia que descenderían por el citado canalillo hasta la pila . De allí , una vez filtrada , el agua era acumulada en una concavidad inferior , practicada también en la roca .
Una vez satisfecha mi curiosidad , retorné al campamento , siguiendo esta vez el muro occidental . Al llegar a la entrada del huerto , algunas de las mujeres del grupo de Jesús se afanaban ya en torno a un incipiente fiego . Mientras dos de ellas molían el grano , preparando la harina de trigo , otras acarreaban agua , llenando varios lebrillos . A la derecha de la cancela , y pegada al muro , se hallaba la gran cuba de piedra que yo había visto la noche anterior . Se trataba de una vieja almazara o molino de aceite de unos cuatro metros de diámetro , perfectamente circular y con un parapeto de 80 o 90 centímetros de altura . Estaba vacía . Un pesado tronco , totalmente ennegrecido e insertado por uno de sus extremos en un nicho abierto en el muro de piedra , descansaba en el centro geométrico de la cuba . Aquella viga había sido provista de grandes losas circulares y planas , sujetas al segundo extremo mediante gruesas sogas que las atravesaban por sendos orificios centrales . Por lo que pude deducir , cuando la almazara se llenaba de aceituna , este enorme peso en la punta del madero debía actuar como prensa , machacando el fruto . En el fondo de la cuba se amontonaban también grandes capazos de esparto , utilizados posiblemente para el transporte de la aceituna .
Me encontraba aún inspeccionando la cuba cuando , a eso de las siete , vi aparecer en el claro a Jesús de Nazaret . Era el primero en abandonar la tienda destinada a los hombres . Me quedé quieto . El gigante , que se había desembarazado del manto , estaba desclazo . Caminó unos pasos hacia la fogata y , tras saludar a las mujeres , aproximó las palmas de sus largas manos al fuego , procurando entrar en calor . Después , levantando el rostro el azul del cielo , cerró sus ojos , llevando a cabo una profunda inspiración . Su piel broceada se iluminó con la caricia de aquellos tibios rayos solares .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Una vez satisfecha mi curiosidad , retorné al campamento , siguiendo esta vez el muro occidental . Al llegar a la entrada del huerto , algunas de las mujeres del grupo de Jesús se afanaban ya en torno a un incipiente fiego . Mientras dos de ellas molían el grano , preparando la harina de trigo , otras acarreaban agua , llenando varios lebrillos . A la derecha de la cancela , y pegada al muro , se hallaba la gran cuba de piedra que yo había visto la noche anterior . Se trataba de una vieja almazara o molino de aceite de unos cuatro metros de diámetro , perfectamente circular y con un parapeto de 80 o 90 centímetros de altura . Estaba vacía . Un pesado tronco , totalmente ennegrecido e insertado por uno de sus extremos en un nicho abierto en el muro de piedra , descansaba en el centro geométrico de la cuba . Aquella viga había sido provista de grandes losas circulares y planas , sujetas al segundo extremo mediante gruesas sogas que las atravesaban por sendos orificios centrales . Por lo que pude deducir , cuando la almazara se llenaba de aceituna , este enorme peso en la punta del madero debía actuar como prensa , machacando el fruto . En el fondo de la cuba se amontonaban también grandes capazos de esparto , utilizados posiblemente para el transporte de la aceituna .
Me encontraba aún inspeccionando la cuba cuando , a eso de las siete , vi aparecer en el claro a Jesús de Nazaret . Era el primero en abandonar la tienda destinada a los hombres . Me quedé quieto . El gigante , que se había desembarazado del manto , estaba desclazo . Caminó unos pasos hacia la fogata y , tras saludar a las mujeres , aproximó las palmas de sus largas manos al fuego , procurando entrar en calor . Después , levantando el rostro el azul del cielo , cerró sus ojos , llevando a cabo una profunda inspiración . Su piel broceada se iluminó con la caricia de aquellos tibios rayos solares .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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