Pero aquel sentimiento se esfumó a la vista de la segunda persona .
Quedé atónito . Era el mayor , pero con veinte años más de los que
aparentaba cuando lo conocí en Villahermosa . Permaneció sentado sobre
la plataforma de piedra del viejo altar de los sacrificios ,
observándome con una mezcla de incredulidad y emoción . Lentamente , en
silencio , dejé resbalar la bolsa de las cámaras , al tiempo que
Laurencio le ayudaba a incorporarse . El mayor extendió entonces sus
largos brazos y , sin saber por qué , dejándome arrastrar por mi
corazón , nos abrazamos .
- ¡ Querido amigo ! - susurró el anciano -. ¡ Querido amigo !..
Sus penetrantes ojos , ahora hundidos en un rostro lalavérico , se habían humedecido . Algo muy grave , en efecto , había minado su antigua y gallarda figura . Su cuerpo aparecía encorvado y reducido a un manojo de huesos , bajo una piel reseca y salpicada por corros marrones de melanina . Una barba blanca y descuidada marcaba aún más su decadencia .
Intenté esbozar una disculpa , estrechando la mano de Laurencio , pero éste , sin perder la sonrisa , me rogó que olvidara el incidente del aeropuerto.
El mayor , apoyándose en mi hombro , me sugirió que caminásemos un poco hasta el prado que rodea a la piramide de Kukulcán.
Con paso vacilante y un sinfín de altos en el camino fuimos aproximándonos al castillo o piramide de la Serpiente Emplumada . Así , en aquella primera jornada en Chichén Itzá , supe de labios del propio mayor que su fin estaba próximo y que , en contra de lo pudiera imaginar , su muerte fijaría precisamente el comienzo de mi labor .
Supe también que - tal como me había insinuado en otras ocasiones - su enfermedad era consecuencia de un fallo no previsto en un proyecto secreto llevado a cabo años atrás , cuando él todavía pertenecía a la fuerzas aéreas norteamericanas. Cuando le interrogué sobre dicho proyecto , sospechando que podía guardar una estrecha relación con la información que había prometido darme , el mayor me rogó que siguiera siendo paciente y que esperara un poco más .
Autor :J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio martinez
- ¡ Querido amigo ! - susurró el anciano -. ¡ Querido amigo !..
Sus penetrantes ojos , ahora hundidos en un rostro lalavérico , se habían humedecido . Algo muy grave , en efecto , había minado su antigua y gallarda figura . Su cuerpo aparecía encorvado y reducido a un manojo de huesos , bajo una piel reseca y salpicada por corros marrones de melanina . Una barba blanca y descuidada marcaba aún más su decadencia .
Intenté esbozar una disculpa , estrechando la mano de Laurencio , pero éste , sin perder la sonrisa , me rogó que olvidara el incidente del aeropuerto.
El mayor , apoyándose en mi hombro , me sugirió que caminásemos un poco hasta el prado que rodea a la piramide de Kukulcán.
Con paso vacilante y un sinfín de altos en el camino fuimos aproximándonos al castillo o piramide de la Serpiente Emplumada . Así , en aquella primera jornada en Chichén Itzá , supe de labios del propio mayor que su fin estaba próximo y que , en contra de lo pudiera imaginar , su muerte fijaría precisamente el comienzo de mi labor .
Supe también que - tal como me había insinuado en otras ocasiones - su enfermedad era consecuencia de un fallo no previsto en un proyecto secreto llevado a cabo años atrás , cuando él todavía pertenecía a la fuerzas aéreas norteamericanas. Cuando le interrogué sobre dicho proyecto , sospechando que podía guardar una estrecha relación con la información que había prometido darme , el mayor me rogó que siguiera siendo paciente y que esperara un poco más .
Autor :J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio martinez
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