A pesar de mi creciente inquietud y nerviosismo, mi ansiada visita al
Cementerio Nacional de Arlington tuvo que ser demorada hasta el día
siguiente , lunes . Aquel mes de octubre , el camposanto de los héroes
norteamericanos cerraba sus puertas a las cinco de la tarde . Y
amparandome en el cansancio del viaje , decliné la invitación de mis
entrañables amigos Jaime Peñafiel , Giani Ferrari y Alberto Schommer
para visitar la ciudad , encerrándome a cal y canto en la habitación
549 del hotel Marriot , sede y cuartel general de la prensa española .
Ellos , por supuesto , eran ajenos a los verdaderos objetivos de mi
viaje .
Hasta altas horas de la madrugada permanecí enfrascado en el posible plan de ataque . Un plan , dicho sea de paso , que , como siempre , terminaría por experimentar sensibles variaciones . Pero trataré de ir por partes .
A las 9 de la mañana del día siguiente , 12 de octubre , con mis cámaras al hombro y un inocente aire de turista despistado me acercaba hasta las oficinas del Temporary Visitors Center , a las puertas del Cementerio Nacional de Arlington . Allí , una amable funcionaria - plano en mano - me señaló el camino más corto para localizar la Tumba del Slodado Desconocido. Una leve y fresca brisa procedente del rio Potomac había empezado a mecer las ramas de los álamos y abetos que se alinean a ambos lados del drive o paseo de McClellan . A los pocos minutos , y temblando de emoción , divisé las plazas de Wheaton y Otis e inmediatamente detrás la tumba a la que sin duda , hacía referencia el mensaje de mi amigo el mayor .
Aunque el cementerio había abierto sus puertas hacía escasamente una hora , un nutrido grupo de turistas se repartía ya a lo largo de la cadena que aísla la pequeña explanada de grandes losas grises en la que se encuentra el gran mausoleo de mármol blanco en el que reposan los restos de un soldado norteamericano caído en los campos de batalla de Europa , y otras dos sepulturas - a derecha e izquierda del anterior - en las que fueron inhumados otros dos soldados desconocidos , muertos en la segunda guerra mundial y en la de Corea , respectivamente .
Autor :J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio martinez
Hasta altas horas de la madrugada permanecí enfrascado en el posible plan de ataque . Un plan , dicho sea de paso , que , como siempre , terminaría por experimentar sensibles variaciones . Pero trataré de ir por partes .
A las 9 de la mañana del día siguiente , 12 de octubre , con mis cámaras al hombro y un inocente aire de turista despistado me acercaba hasta las oficinas del Temporary Visitors Center , a las puertas del Cementerio Nacional de Arlington . Allí , una amable funcionaria - plano en mano - me señaló el camino más corto para localizar la Tumba del Slodado Desconocido. Una leve y fresca brisa procedente del rio Potomac había empezado a mecer las ramas de los álamos y abetos que se alinean a ambos lados del drive o paseo de McClellan . A los pocos minutos , y temblando de emoción , divisé las plazas de Wheaton y Otis e inmediatamente detrás la tumba a la que sin duda , hacía referencia el mensaje de mi amigo el mayor .
Aunque el cementerio había abierto sus puertas hacía escasamente una hora , un nutrido grupo de turistas se repartía ya a lo largo de la cadena que aísla la pequeña explanada de grandes losas grises en la que se encuentra el gran mausoleo de mármol blanco en el que reposan los restos de un soldado norteamericano caído en los campos de batalla de Europa , y otras dos sepulturas - a derecha e izquierda del anterior - en las que fueron inhumados otros dos soldados desconocidos , muertos en la segunda guerra mundial y en la de Corea , respectivamente .
Autor :J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio martinez
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