En cuanto a Andrés , tan desconcertado como Tomás , necesitó un tiempo para reaccionar . Sus recientes burlas , improperios y reproches a cuantos habían creído en la resurrección debían pesar en su alma como una piedra de molino . Y al fin , pálido como la cal , se incorporó . Subió a lo alto de la << U >> y , dulcemente , apartó al delirante Juan Zebedeo , situándose frente a su hermano . Pedro , al verle , cesó en sus manifestaciones y saltos de júbilon . Se observaron mutuamente y , sin mediar palabra , el ex jefe del grupo se precipitó hacia simón , abrazándole . Los aplausos y vítores arreciaron.
En mitad del tumulto , Santiago de Zebedeo , como siempre , fue el hombre práctico y calculador . Aunque su mirada , tan radiante como la dem los demás , le traicionase , fue el único que conservó un mínimo de lógica y de sentido común . Movido por estos sentimientos , y por una curiosidad quizá tan acusada como la mía , tomó una de las lucernas , avanzando hacia el muro . Sigilosamente me uní a él . Aproximó la lamparilla de aceite al piso de madera por el que había caminado Jesús , examinandon el recorrido del Resucitado . Al llegar a la pared , cubierta en aquel punto por un largo y delicado tapiz de lino de En -Gedi , el << hijo del trueno >> - ajeno al tumulto del cenáculo - elevó la candelilla , centrando su atención en la zona por la que se había volatilizado el Galileo , Paseó la amarillenta y frágil llama a una cuarta de los finos hilos púrpura y carmesí , comprobando que el tejido no presentaba la menor señal de deterioro .
Seguí sus movimientos . Tanto él como yo sabíamos que al otro lado del tapiz sólo había un grueso muro de piedra calcárea . A pesar de todo , desconfiadon , presionó lam tela a diferentes alturas . Finalmente , descargando su maltrecho escepticismo en un profundo e interminable suspiro , giró au anguloso rostro , dedicándome una mirada plena de satisfacción . Le sonreí . Ni Santiago ni yo podíamos entenderlo . Pero así era . El Maestro se había desmaterializado frente a la pared o , quien sabe , quizá había sido capaz de atravesarla . Me propuse no pensar en ello . Y el Zebedeo , decidido , avanzó hacia la puerta de doble hoja , desatrancándola con un seco y contundente puntapié .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
En mitad del tumulto , Santiago de Zebedeo , como siempre , fue el hombre práctico y calculador . Aunque su mirada , tan radiante como la dem los demás , le traicionase , fue el único que conservó un mínimo de lógica y de sentido común . Movido por estos sentimientos , y por una curiosidad quizá tan acusada como la mía , tomó una de las lucernas , avanzando hacia el muro . Sigilosamente me uní a él . Aproximó la lamparilla de aceite al piso de madera por el que había caminado Jesús , examinandon el recorrido del Resucitado . Al llegar a la pared , cubierta en aquel punto por un largo y delicado tapiz de lino de En -Gedi , el << hijo del trueno >> - ajeno al tumulto del cenáculo - elevó la candelilla , centrando su atención en la zona por la que se había volatilizado el Galileo , Paseó la amarillenta y frágil llama a una cuarta de los finos hilos púrpura y carmesí , comprobando que el tejido no presentaba la menor señal de deterioro .
Seguí sus movimientos . Tanto él como yo sabíamos que al otro lado del tapiz sólo había un grueso muro de piedra calcárea . A pesar de todo , desconfiadon , presionó lam tela a diferentes alturas . Finalmente , descargando su maltrecho escepticismo en un profundo e interminable suspiro , giró au anguloso rostro , dedicándome una mirada plena de satisfacción . Le sonreí . Ni Santiago ni yo podíamos entenderlo . Pero así era . El Maestro se había desmaterializado frente a la pared o , quien sabe , quizá había sido capaz de atravesarla . Me propuse no pensar en ello . Y el Zebedeo , decidido , avanzó hacia la puerta de doble hoja , desatrancándola con un seco y contundente puntapié .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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