Volvamos , pues , a lo que importa : el criptograma y las peripecias en las que - ¡ cómo no ! - me vi envuelto hasta el final .
El miércoles . 3 de diciembre de 1986 , amparado por la luz neutra del crepúsculo , avistaba - al fin - la ciudad de Belén . Con un caminar inseguro y recortado - más propio de un anciano que de un hombre de cuarennta años , lógica consecuencia del fuerte castigo , de los malparados pies y de aquel indomable dolor en la columna - fui a culmionar la odisea ante los blancos muros de la iglesia de la Natividad.
Quizá fuera una casualidad ( ? ) . La cuestió es que , al cerrar la marcha en la explanada pavimentada y recostarme sin resuello contra el pedestal sobre el que se levanta la estrella de cinco puntas , el volteo de una de las campanas del sagrado recinto llenó mi rendido corazón . LOevanté la mirada hacia el púrpura provisional de los cielos y agradecí la oportuna << señal >> y la venevolencia del Gran Padre , que me había permitido llegar hasta allí . Durante un tiempo , ajeno a todo , lloré en silencio , quemando así los miedos , angustias y soledades de aquellos días . El frío y el mudo tintineo azul de las primeras estrellas secaron mis lágrimas y la placida melancolía que me inundaba .
Regresé al punto a Jerusalén . En el hotel no había novedades . Los servicios de Inteligencia - apostaría la vida -, estaban al tanto de mis andanzas , pero supieron guardar las distancias . A partir de esos momentos , sin embargo , debería extremar los cuidados . Al menos durante unas horas , no sería yo quien rompiera la tregua . Mi único deseo era disfrutar de un interminable baño y de un indefinido descanso . El cielo y los hombres respetaron mi voluntad , pero , a eso de las nueve de la mañana del día siguiente , el teléfono - diabólico y pertinaz - me sacaría de un casi cataléptico y reparador sueño de catorce horas .
Al incorporarme en el lecho , un fortísimo y generalizado dolor muscular despertó como un león hambriento , derribándome . Imposible alcanzar el auricular . Al quinto o sexto repiqueteo , dejó de sonar .
- ¡ Dios mío ! , ¡ no puedo moverme !
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
El miércoles . 3 de diciembre de 1986 , amparado por la luz neutra del crepúsculo , avistaba - al fin - la ciudad de Belén . Con un caminar inseguro y recortado - más propio de un anciano que de un hombre de cuarennta años , lógica consecuencia del fuerte castigo , de los malparados pies y de aquel indomable dolor en la columna - fui a culmionar la odisea ante los blancos muros de la iglesia de la Natividad.
Quizá fuera una casualidad ( ? ) . La cuestió es que , al cerrar la marcha en la explanada pavimentada y recostarme sin resuello contra el pedestal sobre el que se levanta la estrella de cinco puntas , el volteo de una de las campanas del sagrado recinto llenó mi rendido corazón . LOevanté la mirada hacia el púrpura provisional de los cielos y agradecí la oportuna << señal >> y la venevolencia del Gran Padre , que me había permitido llegar hasta allí . Durante un tiempo , ajeno a todo , lloré en silencio , quemando así los miedos , angustias y soledades de aquellos días . El frío y el mudo tintineo azul de las primeras estrellas secaron mis lágrimas y la placida melancolía que me inundaba .
Regresé al punto a Jerusalén . En el hotel no había novedades . Los servicios de Inteligencia - apostaría la vida -, estaban al tanto de mis andanzas , pero supieron guardar las distancias . A partir de esos momentos , sin embargo , debería extremar los cuidados . Al menos durante unas horas , no sería yo quien rompiera la tregua . Mi único deseo era disfrutar de un interminable baño y de un indefinido descanso . El cielo y los hombres respetaron mi voluntad , pero , a eso de las nueve de la mañana del día siguiente , el teléfono - diabólico y pertinaz - me sacaría de un casi cataléptico y reparador sueño de catorce horas .
Al incorporarme en el lecho , un fortísimo y generalizado dolor muscular despertó como un león hambriento , derribándome . Imposible alcanzar el auricular . Al quinto o sexto repiqueteo , dejó de sonar .
- ¡ Dios mío ! , ¡ no puedo moverme !
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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