Al descender al vestíbulo , la amragura y la decepción se vieron repentinamente eclipsadas . Solimán departía con el portero . Una oleada de indignación endureció rostro . Me sentí engañado .Y vancé hacia el guía , dispuesto a cantarle las cuarenta . El árabe , alertado por su compañero , dio media vuelta y , al descubrir mi irritación , fue perdiendo la sonrisa . Pero no me dejó hablar . Recuperó al momento su buen humor y , alzando las manos en señal de paz , tomó la delantera :
- No me diga nada . Usted , señor , sufre el problema de la juventud ...
Le miré desconcertado .
- Usted , amigo , es demasiado impulsivo . Usted no ha encontrado lo que busca porque no confía en Solimán.
y , tomandome por el brazo , me arrastro al exterior del museo .
- Venga conmigo - fue su único y seco comentario .
No rechisté . Abrió la portezuela del coche y me invitó a sentarme a su lado . Era asombroso . De la amargura , decepción y enfado había saltado - en cuestión de munutos - al desconcierto y a la expectación . Aquel individuo sabía algo . Y yo , como un necio , había vuelto a malgastar un tiempo precioso . Acababa de aprender algo importante : a no abrir la boca y a escuchar.
Sin perder la sonrisa , echó mano de una negra y mugrienta cartera , extrayendo algo que , a primera vista , parecía una tarjeta postal . Los nervios me traicionaron . Extendí el brazo para tomarla , pero , divertido , negó con la cabeza , devolviéndola asu lugar . Acto seguido plantó su mano derecha a una cuarta de mi rostro , agitando sus dedos índice y pulgar . Estaba claro . Primero exigía el dinero . Le entregué los cien dólares USA y , siguiendo con aquel mudo pero elocuente << diálogo >> , le presenté la palma de mi mano derecha , reclamando la misteriosa tarjeta . Solimán congeló la sonrisa , repitiendo el internacional y conocido código que simboliza el dinero . Aquello era demasiado . Le recordé lo convenido . Intenté persuadirle de que , al menos , me mostrara primero lo que ocultaba en la cartera . El astuto árabe no mordió el anzuelo . Impasible a mis ruegos , sugerencias y argumentos , continuó en silencio , petrificado en su indomable sonrisa y sacudiendo los dedos , en una irreductible exigencia de nuevos dólares . Cedí , claro . Era el precio de mi improcedente desconfianza anterior . El guía no lo había olvidado y ahora , seguro de si mismo , me tenía contra las cuerdas.
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
- No me diga nada . Usted , señor , sufre el problema de la juventud ...
Le miré desconcertado .
- Usted , amigo , es demasiado impulsivo . Usted no ha encontrado lo que busca porque no confía en Solimán.
y , tomandome por el brazo , me arrastro al exterior del museo .
- Venga conmigo - fue su único y seco comentario .
No rechisté . Abrió la portezuela del coche y me invitó a sentarme a su lado . Era asombroso . De la amargura , decepción y enfado había saltado - en cuestión de munutos - al desconcierto y a la expectación . Aquel individuo sabía algo . Y yo , como un necio , había vuelto a malgastar un tiempo precioso . Acababa de aprender algo importante : a no abrir la boca y a escuchar.
Sin perder la sonrisa , echó mano de una negra y mugrienta cartera , extrayendo algo que , a primera vista , parecía una tarjeta postal . Los nervios me traicionaron . Extendí el brazo para tomarla , pero , divertido , negó con la cabeza , devolviéndola asu lugar . Acto seguido plantó su mano derecha a una cuarta de mi rostro , agitando sus dedos índice y pulgar . Estaba claro . Primero exigía el dinero . Le entregué los cien dólares USA y , siguiendo con aquel mudo pero elocuente << diálogo >> , le presenté la palma de mi mano derecha , reclamando la misteriosa tarjeta . Solimán congeló la sonrisa , repitiendo el internacional y conocido código que simboliza el dinero . Aquello era demasiado . Le recordé lo convenido . Intenté persuadirle de que , al menos , me mostrara primero lo que ocultaba en la cartera . El astuto árabe no mordió el anzuelo . Impasible a mis ruegos , sugerencias y argumentos , continuó en silencio , petrificado en su indomable sonrisa y sacudiendo los dedos , en una irreductible exigencia de nuevos dólares . Cedí , claro . Era el precio de mi improcedente desconfianza anterior . El guía no lo había olvidado y ahora , seguro de si mismo , me tenía contra las cuerdas.
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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