Y uno de ellos se perdió por mi derecha , en dirección a un cuartucho de piedra adosado al alto parapeto y a escasos metros del portalón . Y fiel a la costumbre aproveché la pausa para tomar referencias . Si no estaba equivocado , en aquel lugar se hallaba destinado - o lo estuvo - otro de los protagonistas de las múltiples y misteriosas curaciones de Jesús de Nazaret durante su vida pública . Aunque no podía fiarme , los evangelistas mencionaban a un centurión que , al parecer , solicitó del Maestro la sanación de uno de sus siervos . Mateo y Lucas no facilitaban la identidad , pero , a buen seguro , las fuerzas allí concentradas tenían que recordar el prodigio y el nombre del soboficial . Y por espacio de algunos minutos << fotografié >> mentalmente cuanto me rodeaba .
El acuartelamiento , tosco y y austero , ofrecía en aquel punto de la zona de dormitorios . Al rededor de un patio cuadrangular a cielo abierto , de unos sesenta metros de lado , se levantaban tres edificaciones idénticas con dos plantas cada una . El muro por el que acababa de cruzar cerraba el cuadrado . Y todo , por supuesto , construido con el generoso basalto de Nahum. A juzgar por la disposición y el número de puertas de la triple ala deduje , como digo , que me encontraba frente a las celdas de la tropa .
En el centro de dicho patio , primorosamente empedrado con livianos y azabaches cantos volcánicos , desgastados por los años y húmedos y brillantes por el baldeo matutino , se estiraban cuatro veteranas palmeras datileras de veinte metros de altura . El verde de las curvadas hojas y el canela soleado de los racimos en flor alegraban precariamente el recinto , enlutado por los bloques basálticos . Un pozo no menos anciano , armado con un trípode metálico , prácticamente cautivo entre las Phoenix dactilylifera , completaba el espartano cuadro.
En el piso bajo del ala central , al final de un angosto túnel , se adivinaba una explanada de tierra sucia y batida , cerrada al fondo por barracones de madera . Algunos soldados , vestidos únicamente con las ligeras túnicas rojas , atendían a media docena de caballos , cepillándolos o paseándolos con la ayuda del ronzal.
La verdad es que me extrañó tanto silencio . Después lo comprendería .
Los centinelas , apostados en los batientes de la entrada , no me perdían de vista .
Y fui a caer en una nueva torpeza .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
El acuartelamiento , tosco y y austero , ofrecía en aquel punto de la zona de dormitorios . Al rededor de un patio cuadrangular a cielo abierto , de unos sesenta metros de lado , se levantaban tres edificaciones idénticas con dos plantas cada una . El muro por el que acababa de cruzar cerraba el cuadrado . Y todo , por supuesto , construido con el generoso basalto de Nahum. A juzgar por la disposición y el número de puertas de la triple ala deduje , como digo , que me encontraba frente a las celdas de la tropa .
En el centro de dicho patio , primorosamente empedrado con livianos y azabaches cantos volcánicos , desgastados por los años y húmedos y brillantes por el baldeo matutino , se estiraban cuatro veteranas palmeras datileras de veinte metros de altura . El verde de las curvadas hojas y el canela soleado de los racimos en flor alegraban precariamente el recinto , enlutado por los bloques basálticos . Un pozo no menos anciano , armado con un trípode metálico , prácticamente cautivo entre las Phoenix dactilylifera , completaba el espartano cuadro.
En el piso bajo del ala central , al final de un angosto túnel , se adivinaba una explanada de tierra sucia y batida , cerrada al fondo por barracones de madera . Algunos soldados , vestidos únicamente con las ligeras túnicas rojas , atendían a media docena de caballos , cepillándolos o paseándolos con la ayuda del ronzal.
La verdad es que me extrañó tanto silencio . Después lo comprendería .
Los centinelas , apostados en los batientes de la entrada , no me perdían de vista .
Y fui a caer en una nueva torpeza .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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