Hacia las 14 horas - después de soportar diez largos minutos de << violenta inmovilización >> sobre el abismo -, la cabina número 2 quedaba anclada en el muelle terminal de la montaña , a sesenta pies por debajo de la cumbre . En pocos momentos de mi vida ha deseado con tanta vehemencia pisar tierra firme ...
Los ingenieros militares judíos y el resto de nuestros amigos nos aguardaban con impaciencia . Y sin demora alguna , los técnicos desengancharon la piedra naranja , haciendo rodar la plataforma hasta el angosto pasillo de tierra existente entre la terminal del funicular y la mencionada pared rojiza de Masada . Las barreras de hierro que habitualmente delimitan los caminos de entrada y salida de los pasajeros a las cabinas habían sido igualmente desmontadas , facilitando así el movimiento de los bloques . Quedé perplejo . Por encima de nuestras cabezas , en el filo mismo de la cima , los israelitas habían ensamblado una grúa - tipo pluma - que , en cuestión de minutos , comenzó a izar la carga . De esta forma se salvaba el incómodo desnivel que separa la terminal de la meseta propiamente dicha . Al recorrer los 120 metros de cornisa que asciende por la cara este de Masada - únicos acceso a la cumbre desde la base del aerocarril -, comprendí igualmente que el transporte de los sillares por aquel pasillo de tres metros de anchura hubiera sido tan penoso como ineficaz . Al final de dicho sendero , una reducida casamata de cemento , que hacía las veces de control y lugar de venta de mapas de las ruinas , habría imposibilitadom igualmente el paso de las piedras .
Cuando , al fin , pisamos la cumbre , una mezcla de emociones y curiosidad se apoderó de todo el equipo . El viento seguía azotando aquella increible plataforma natural , empujando desde el sur largos jirones de niebla que se arrastraban lentamente sobre el polvo y la tierra reseca de la cima . Aquél , si no se producian cambios , iba a ser nuestro << punto de lanzamiento >> . La árida y majestuosa belleza de Masada iría cautivándome minuto a minito ...
Autor :J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Los ingenieros militares judíos y el resto de nuestros amigos nos aguardaban con impaciencia . Y sin demora alguna , los técnicos desengancharon la piedra naranja , haciendo rodar la plataforma hasta el angosto pasillo de tierra existente entre la terminal del funicular y la mencionada pared rojiza de Masada . Las barreras de hierro que habitualmente delimitan los caminos de entrada y salida de los pasajeros a las cabinas habían sido igualmente desmontadas , facilitando así el movimiento de los bloques . Quedé perplejo . Por encima de nuestras cabezas , en el filo mismo de la cima , los israelitas habían ensamblado una grúa - tipo pluma - que , en cuestión de minutos , comenzó a izar la carga . De esta forma se salvaba el incómodo desnivel que separa la terminal de la meseta propiamente dicha . Al recorrer los 120 metros de cornisa que asciende por la cara este de Masada - únicos acceso a la cumbre desde la base del aerocarril -, comprendí igualmente que el transporte de los sillares por aquel pasillo de tres metros de anchura hubiera sido tan penoso como ineficaz . Al final de dicho sendero , una reducida casamata de cemento , que hacía las veces de control y lugar de venta de mapas de las ruinas , habría imposibilitadom igualmente el paso de las piedras .
Cuando , al fin , pisamos la cumbre , una mezcla de emociones y curiosidad se apoderó de todo el equipo . El viento seguía azotando aquella increible plataforma natural , empujando desde el sur largos jirones de niebla que se arrastraban lentamente sobre el polvo y la tierra reseca de la cima . Aquél , si no se producian cambios , iba a ser nuestro << punto de lanzamiento >> . La árida y majestuosa belleza de Masada iría cautivándome minuto a minito ...
Autor :J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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