Mientras los soldados aprovechaban aquel respiro para sentarse y descansar , me agaché y traté de echar una ojeada al interior de la cripta . Una piedra redonda , muy parecida a una muela de molino y de un metro de diámetro , reposaba a la izquierda de la boca de entrada al sepulcro . Al pie mismo de la fachada había sido practicado un canalillo de unos 20 centímetro de profundidad por otros 30 de anchura que corría a todo lo ancho . La piedra , tan toscamente pulida como la fachada , cullo oeso debía ser superior a los 500 kilos , se hallaba dispuesta de tal guisa que - par atpar el angosto orificio que hacía las veces de puerta - bastaba con hacerla rodar sobre el mencionado canalillo , al que se ajustaba casi matemáticamente . Al pasar mi mano sobre aquella mole redonda imaginé el enorme esfuerzo que tenía que haber supuesto a los operarios su trabajo hasta el fondo del callejón y , por supuesto , el que exigiría cada cierre y apertura de la tumba
Pero , al introducir mi cabeza en el interior de la cripta , la oscuridad era tal que no acerté a distinguir ni su profundidad , ni la altura de las paredes ni ningún otro detalle .
Me incorporé y , mientras aguardaba a José , me dediqué a medir aquella especie de antesala o callejón : desde la fachada hasta el peldaño más bajo había 2,20 metros . Las paredes de la galería , a cielo abierto , iban descendiendo desde los 3 metros ( altura máxima que correspondía a la fachada de la tumba ) hasta poco más o menos un metro , al nivel del escalón más alto .
Aquellas mediciones se vieron interumpidas por la llegada del anciano . Le acompañaba un hebreo de unos cincuenta años , con una barba corta y cuidada y de una corpulencia que , instintivamente , me recordó al fallecido Maestro . Se tocaba con unancho sombrero de paja y cargaba una voluminosa y pesada ánfora . José portaba dos teas de mango corto y una especie de atillo.
Hacia las cinco de la tarde , el dueño del huerto se arrodilló frente a la cámara sepulcral y , con sumo cuidado , alargó la mano izquierda , depositando una de las antorchas en el interior de la cripta . A continuación entrego la segunda tea a su siervo y jardinero , quien , hierático y mudo como una estatua , no se movería ya del callejón .
José , siempre en aquella forzada postura , se arrastró , penetrando en la cueva .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Pero , al introducir mi cabeza en el interior de la cripta , la oscuridad era tal que no acerté a distinguir ni su profundidad , ni la altura de las paredes ni ningún otro detalle .
Me incorporé y , mientras aguardaba a José , me dediqué a medir aquella especie de antesala o callejón : desde la fachada hasta el peldaño más bajo había 2,20 metros . Las paredes de la galería , a cielo abierto , iban descendiendo desde los 3 metros ( altura máxima que correspondía a la fachada de la tumba ) hasta poco más o menos un metro , al nivel del escalón más alto .
Aquellas mediciones se vieron interumpidas por la llegada del anciano . Le acompañaba un hebreo de unos cincuenta años , con una barba corta y cuidada y de una corpulencia que , instintivamente , me recordó al fallecido Maestro . Se tocaba con unancho sombrero de paja y cargaba una voluminosa y pesada ánfora . José portaba dos teas de mango corto y una especie de atillo.
Hacia las cinco de la tarde , el dueño del huerto se arrodilló frente a la cámara sepulcral y , con sumo cuidado , alargó la mano izquierda , depositando una de las antorchas en el interior de la cripta . A continuación entrego la segunda tea a su siervo y jardinero , quien , hierático y mudo como una estatua , no se movería ya del callejón .
José , siempre en aquella forzada postura , se arrastró , penetrando en la cueva .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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