Una vez atado , tal y como marcaba la ley judía , los amigos del rabí se inclinaron nuevamente sobre los saquetes . Nicodemo removió el contenido del jarro , mientras José llenaba ambas manos con un apreciable volumen de acíbar .
En la palma izquierda del primero suigió una sustancia pastosa , de aspecto gomo - resinoso , que destelló a la luz de las antorchas como un millar de lágrimas rojizas . Era mirra . Su fuerte olor , mucho menos agradable que el del áloe , se mezcló en seguida con el del polvo granulado , sofocándome .
Nicodemo se plantó frente a la mitad superior del cadáver mientras el anciano José hacía otro tanto junto a la extremidades inferiores de Jesús de Nazaret . El de Arimatea permaneció unos segundos con las manos firmemente cerradas , aprisionando el polvo dorado . Cuando las separó , el acíbar se había transformado en una pasta blanduzca , casi plástica .
Y ambos , a un mismo tiempo , se dedicaron a pellizcar las masas de mirra y áloe , embardunando y cegando las brechas y orificios nasales , oídos , y de las grandes heridas de los costados . José , de los profundos desgarros de las rodollas , clavos de manos y pies y de la maraña de agujeros provocados por las tachuelas de las sandalias de los soldados ( paradójicamente , de aquellos mismos que le habían defendido después de muerto ... )
Saltaba a la vista la precipitación de aquellos hombres . De haber actuado con menor premura , lo más probable es que el taponamiento no habría sido practicado en el último lugar . Una prueba de lo que digo surgió cuando José recordó que faltaba el recto . Pero las extremidades inferiores de Jesús se hallaban anudadas y fue precisa la ayuda de Nicodemo quien , refunfuñando , levantó nuevamente las piernas del Galileo , haciendo posible que el anciano taponara el ano . Lógicamente , al llevar a cabo esta maniobra , gran parte del polvo dorado depositado en la cinta que mantenía unidos los pies se deslizó , cayendo sobre el lienzo de lino .
Al terminar , José , agobiado por la llegada del crepúsculo , se dirigió nuevamente a la puertecilla . Pero , en su atolondramiento , tropezó con el ánfora y poco faltó para que cayera de bruces . Una vez comprobada la situación del sol , retornó hasta el banco de piedra , mascullando algo por lo bajo .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
En la palma izquierda del primero suigió una sustancia pastosa , de aspecto gomo - resinoso , que destelló a la luz de las antorchas como un millar de lágrimas rojizas . Era mirra . Su fuerte olor , mucho menos agradable que el del áloe , se mezcló en seguida con el del polvo granulado , sofocándome .
Nicodemo se plantó frente a la mitad superior del cadáver mientras el anciano José hacía otro tanto junto a la extremidades inferiores de Jesús de Nazaret . El de Arimatea permaneció unos segundos con las manos firmemente cerradas , aprisionando el polvo dorado . Cuando las separó , el acíbar se había transformado en una pasta blanduzca , casi plástica .
Y ambos , a un mismo tiempo , se dedicaron a pellizcar las masas de mirra y áloe , embardunando y cegando las brechas y orificios nasales , oídos , y de las grandes heridas de los costados . José , de los profundos desgarros de las rodollas , clavos de manos y pies y de la maraña de agujeros provocados por las tachuelas de las sandalias de los soldados ( paradójicamente , de aquellos mismos que le habían defendido después de muerto ... )
Saltaba a la vista la precipitación de aquellos hombres . De haber actuado con menor premura , lo más probable es que el taponamiento no habría sido practicado en el último lugar . Una prueba de lo que digo surgió cuando José recordó que faltaba el recto . Pero las extremidades inferiores de Jesús se hallaban anudadas y fue precisa la ayuda de Nicodemo quien , refunfuñando , levantó nuevamente las piernas del Galileo , haciendo posible que el anciano taponara el ano . Lógicamente , al llevar a cabo esta maniobra , gran parte del polvo dorado depositado en la cinta que mantenía unidos los pies se deslizó , cayendo sobre el lienzo de lino .
Al terminar , José , agobiado por la llegada del crepúsculo , se dirigió nuevamente a la puertecilla . Pero , en su atolondramiento , tropezó con el ánfora y poco faltó para que cayera de bruces . Una vez comprobada la situación del sol , retornó hasta el banco de piedra , mascullando algo por lo bajo .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
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