Aquel gesto de Jesús rechazando el aguardiente bilioso me desconcertó . Al abrir la boca , su lengua , con las mucosas secas como estropajo , estaba progonando a gritos el angustioso suplicio de la deshidratación . Sus labios , agrietados como el casco de un viejo barco varado , debían soportar una sed sofocante . No pude entender que el Maestro volviera la cara ante el cuenco de vino . Si realmente lo hizo - como sospecho , para sosrener al máximo amenazada lucidez mental , sólopuedo descubrirme , por enésima vez , ante su coraje .
- Es la hora - advirtió en centurión .
Y sumiso , con sus manos ocultando los trestículos , el Nazareno empezó a arrastrarse - más que caminar - en cirección a las cruces . Longino y otro soldado le escoltaron , tomándole por los brazos .
Un sudor frío empezó a envolverme . El guerrillero que había sido clavado en primer lugar seguía aullando , colvusionándose a ratos . Pero los soldados no le pretaban le menor atención . Arrodillado frente al patibulum , el verdugo responsable del enclavamiento esperaba con uno de aquellos terroríficos clavos de herrero en su mano derecha . Era prácticamente somilar a los utilizados anteriormente : de unos veinte centímetros de longitud - quizá un poco más - y con la punta afilada , aunque no tanto como sus << hermanos >> . Hubo otro detalle que lo distnguía también de los precedentes : aunque la sección era cuadrangular , las aristas se hallaban notablemente deterioradas , formando ligérisimas rebabas y dientes .
Los soldados colocaron al Maestro de espaldas al leño y separando su brazos le empujaron hacia tierra , al tiempo que un tercero repetía la zancadilla . En esta ocasión , la extrema debilidad del reo fue más que suficiente para celerar la caída .
Una vez con las paletillas sobre el madero , los verdugos apoyaron los brazos del Maestro sobre el patibulum , al tiempo que sujetaban los extremos del rugoso cilindro con las rodillas . Las palmas quedaron hacia arriba , con las puntas de los dedos levemente flexionadas , temblorosas y - como el resto de los brazos y antebrazos - salpicadas de sangre reseca .
Autor :J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
- Es la hora - advirtió en centurión .
Y sumiso , con sus manos ocultando los trestículos , el Nazareno empezó a arrastrarse - más que caminar - en cirección a las cruces . Longino y otro soldado le escoltaron , tomándole por los brazos .
Un sudor frío empezó a envolverme . El guerrillero que había sido clavado en primer lugar seguía aullando , colvusionándose a ratos . Pero los soldados no le pretaban le menor atención . Arrodillado frente al patibulum , el verdugo responsable del enclavamiento esperaba con uno de aquellos terroríficos clavos de herrero en su mano derecha . Era prácticamente somilar a los utilizados anteriormente : de unos veinte centímetros de longitud - quizá un poco más - y con la punta afilada , aunque no tanto como sus << hermanos >> . Hubo otro detalle que lo distnguía también de los precedentes : aunque la sección era cuadrangular , las aristas se hallaban notablemente deterioradas , formando ligérisimas rebabas y dientes .
Los soldados colocaron al Maestro de espaldas al leño y separando su brazos le empujaron hacia tierra , al tiempo que un tercero repetía la zancadilla . En esta ocasión , la extrema debilidad del reo fue más que suficiente para celerar la caída .
Una vez con las paletillas sobre el madero , los verdugos apoyaron los brazos del Maestro sobre el patibulum , al tiempo que sujetaban los extremos del rugoso cilindro con las rodillas . Las palmas quedaron hacia arriba , con las puntas de los dedos levemente flexionadas , temblorosas y - como el resto de los brazos y antebrazos - salpicadas de sangre reseca .
Autor :J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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