Las púas , en cada retroceso del cráneo , se incrustaban más y más en la región opcipital , haciedo desistir al Maestro . Estas sucesivas derrotas por ganar unos gramos de oxigeno fueron transformando su respiración en un desancompasado y agitado tableteo del tórax , cada vez menos efectivo . El fantasma de la asfixia había empezado a planear sobre el Hijo del Hombre...
<< ¡ Ey ! ... ¡ ey !.>>
Cuando los soldados detuvieron el pasado avance de la cuerda , el cuerpo de Jesús se balanceaba a unos 90 o 100 centímetros de tierra . Sus pies , chorreando sangre , palparon la corteza del tronco vertical y se pegaron a él desesperadamente . Pero las hemorragias le hicieron resbalar una y otra vez . Y en cuestión de minutos , la cara frontal del árbol se tiñó de rojo , impregnada desde la zona de los omoplatos hasta los talones .
El mercenario situado en el extremo superior de la stipe apretó los dientes y comenzó a jalar de la lanzada central . Pero el patibulum no se movió un solo centímetro . El peso del madero y del reo ( algo má de 110 kilos ) era excesivo para el agotado infante . El centurión y Arsenius , casi al unísono , le gritaron para que forzara el izado final . Fue inútil . El romano , jadeante , hizo una señal de impotencia con su mano derecha , dejandose caer sobre la horquilla de la stipe .
Miré a Jesús y conté la frecuencia respiratoria : ¡ Treinta y cinco cortísimas inspiraciones por minuto ! Las puntas de sus dedos habían empezado a tomar una coloración azulada . La cianosis o deficiente oxigenación de la sangre había hecho acto de presencia . Examiné alarmado sus labios . Pero la hipoxia ( disminución de la cantidadnormal de oxigeno en sangre ) no se manifestaba aún en la mucosa labial ni en las orejas .
El bombeo del cansado corazón del Maestro aumentó su ritmo , pero dudo que fuera suficiente para irrigar las partes más periféricas del cuerpo . Si Longino y sus hombres no actuaban con rapidez , la falta de riego y el consiguiente déficit de oxígeno en el cerebro podían desembocar en la pérdida primero de la razón de Jesús y su fulminante fallecimiento . Y , honestamente , en algunosde aquellos críticos segundos llegué a desearlo con todas mis fuerzas . Aquella hubiera sido una forma de segar de plano sus torturas
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Cuando los soldados detuvieron el pasado avance de la cuerda , el cuerpo de Jesús se balanceaba a unos 90 o 100 centímetros de tierra . Sus pies , chorreando sangre , palparon la corteza del tronco vertical y se pegaron a él desesperadamente . Pero las hemorragias le hicieron resbalar una y otra vez . Y en cuestión de minutos , la cara frontal del árbol se tiñó de rojo , impregnada desde la zona de los omoplatos hasta los talones .
El mercenario situado en el extremo superior de la stipe apretó los dientes y comenzó a jalar de la lanzada central . Pero el patibulum no se movió un solo centímetro . El peso del madero y del reo ( algo má de 110 kilos ) era excesivo para el agotado infante . El centurión y Arsenius , casi al unísono , le gritaron para que forzara el izado final . Fue inútil . El romano , jadeante , hizo una señal de impotencia con su mano derecha , dejandose caer sobre la horquilla de la stipe .
Miré a Jesús y conté la frecuencia respiratoria : ¡ Treinta y cinco cortísimas inspiraciones por minuto ! Las puntas de sus dedos habían empezado a tomar una coloración azulada . La cianosis o deficiente oxigenación de la sangre había hecho acto de presencia . Examiné alarmado sus labios . Pero la hipoxia ( disminución de la cantidadnormal de oxigeno en sangre ) no se manifestaba aún en la mucosa labial ni en las orejas .
El bombeo del cansado corazón del Maestro aumentó su ritmo , pero dudo que fuera suficiente para irrigar las partes más periféricas del cuerpo . Si Longino y sus hombres no actuaban con rapidez , la falta de riego y el consiguiente déficit de oxígeno en el cerebro podían desembocar en la pérdida primero de la razón de Jesús y su fulminante fallecimiento . Y , honestamente , en algunosde aquellos críticos segundos llegué a desearlo con todas mis fuerzas . Aquella hubiera sido una forma de segar de plano sus torturas
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