Y un tercer clavo taladró el pie del Nazareno entrando en el dorso por un punto próximo al pliegue de flexión . ( Al examinar de cerca la entrada y salida del clavo estimé que el verdugo había perforado el ligamento anular anterior del tarso . De esta forma , la pieza se deslizó entre el tendón del músculo extensor propio del dedo grueso y los del extensor común de los dedos , penetrando por fuerza entre los huesos calcáneo y cuboides y el astrágalo y escafoides por dentro . Los cuatro huesos quedaron hábilmente separados y el clavo se dririgió hacia atrás y hacia abajo , quedando más cerca del talón que de los dedos . )
En esta ocasión , a pesar de la destreza del verdugo , la punta a las aristas del clavo desplazaron o aplastaron algunos de los ramales de las arterias digitales o de la vena safema externa , causando una hemorragía que me atemorizó . La sangre brotó a borbotones , anegando materialmente el metro escaso existente entre el citado pie derecho y el suelo del Gölgota . Es de suponer que aquel destrozo pudo afectar también el nervio tibial anterior , lacerando pierna y muslo , y provocando un insorpotable dolor reflejo en las ramificaciones de los nervios denominados plexo sacro y lumbar , en pleno vientre .
A pesar de los horribles dolores , el Galileo siguió consciente . ¡ No podía explicármelo !
El enclavamiento del pie derecho , aunque parezca mentira , alivió el ritmo respiratorio del Nazareno , al menos durante los primeros minutos de su crucifixión . Al apoyar el peso del cuerpo sobre el clavo , repartiendo así los puntos de sustentación , sus pulmones lograron capturar un volumen mayor de aire , ventilando algo más los alvéolos . Pero , ¿ a costa de qué indice de sufrimiento se consiguió esta momentánea regularización respiratoria ?
Aquella inspiración más profunda duró unas décimas de segundo . Casi instantaneamente , el cuerpo del Galileo volvió a caer , hundiendo el diafragma y entrando en una nueva y angustiosa fase de progresiva asfixia . Sus inhalaciones , siempre por la boca , se hicieron vertiginosas , cortas y a todas luces insuficientes para llenar y ventilar los pulmones.
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
En esta ocasión , a pesar de la destreza del verdugo , la punta a las aristas del clavo desplazaron o aplastaron algunos de los ramales de las arterias digitales o de la vena safema externa , causando una hemorragía que me atemorizó . La sangre brotó a borbotones , anegando materialmente el metro escaso existente entre el citado pie derecho y el suelo del Gölgota . Es de suponer que aquel destrozo pudo afectar también el nervio tibial anterior , lacerando pierna y muslo , y provocando un insorpotable dolor reflejo en las ramificaciones de los nervios denominados plexo sacro y lumbar , en pleno vientre .
A pesar de los horribles dolores , el Galileo siguió consciente . ¡ No podía explicármelo !
El enclavamiento del pie derecho , aunque parezca mentira , alivió el ritmo respiratorio del Nazareno , al menos durante los primeros minutos de su crucifixión . Al apoyar el peso del cuerpo sobre el clavo , repartiendo así los puntos de sustentación , sus pulmones lograron capturar un volumen mayor de aire , ventilando algo más los alvéolos . Pero , ¿ a costa de qué indice de sufrimiento se consiguió esta momentánea regularización respiratoria ?
Aquella inspiración más profunda duró unas décimas de segundo . Casi instantaneamente , el cuerpo del Galileo volvió a caer , hundiendo el diafragma y entrando en una nueva y angustiosa fase de progresiva asfixia . Sus inhalaciones , siempre por la boca , se hicieron vertiginosas , cortas y a todas luces insuficientes para llenar y ventilar los pulmones.
Autor : J.J.benitez
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