Cuando estaba a punto de descender por el canal, a fin de reunirme con Juan , un súbito gemido del Galileo me dutuvo . El maestro parecía haber recobrado la consciencia . El centurión y yo caminamos unos pasos y , efectivamente , comprobamos cómo el crucificado se esforzaba nuevamente en sostener un acelerado ritmo respiratorio . la forzada caída del diafragma había hinchado su vientre y el tórax aparecía rígido como el madero del que colgaba . A pesar del polvo y la tierra que le cubrían - casi como un fatídico adelanto de su sepultura -, los signos de la cianosis eran cada vez más palpables . Las escasas uñas de sus pies que no se hallaban bañadas por la sangre habían empezado a tornarse de una típica coloración azulada . Otro tanto ocurría con la punta de sus dedos . La tetanización de los miembros inferiores era ya galopante . Los músculos de los muslos y piernas seguían registrando espasmos , aunque cada vez más espaciados . Los dedos gruesos de ambos pies habían entrado ya en aducción , desviándose hacia el plano central del cuerpo del Nazareno .
De pronto , una mano se posó sobre mi hombro izquierdo . Era Juan . Con su coraje habitual había ascendido hasta lo alto del Calvario . Venía solo . La verdad es que ni siquiera se entretuvo en contemplar a su Maestro . Sus ojos se hallaban hundidos y el rostro , marcado por las largas horas de insomnio y sufrimiento . Parecía un viejo ...
Con voz temblorosa se dirigió a Longino , suplicándole que , aunque sólo fuera un instante , permitiera a la madre de Jesús de Nazaret aproximarse a la cruz y dar el último adiós a su hijo primogénito . Juan acompañó su petición dirigiendo su brazo derecho hacia el reducido número de mujeres que esperaban a escasa distancia de los saduceos .
A pesar de cuanto llevaba vivido y sufrido en aquella misión , al oír al zebedeo mis rodillas temblaron . ¡ María estaba allí !
Longino no tuvo valor para negarse . Y autorizó al discípulo a que acompañara a la madre del maestro hasta lo alto del patibulo , con la condición de que el resto permaneciera donde estaba y de que permaneciera al pie de la cruz fuera lo más breve posible .
Autor : J.J.benitez
Un abraz
Antonio Martinez
De pronto , una mano se posó sobre mi hombro izquierdo . Era Juan . Con su coraje habitual había ascendido hasta lo alto del Calvario . Venía solo . La verdad es que ni siquiera se entretuvo en contemplar a su Maestro . Sus ojos se hallaban hundidos y el rostro , marcado por las largas horas de insomnio y sufrimiento . Parecía un viejo ...
Con voz temblorosa se dirigió a Longino , suplicándole que , aunque sólo fuera un instante , permitiera a la madre de Jesús de Nazaret aproximarse a la cruz y dar el último adiós a su hijo primogénito . Juan acompañó su petición dirigiendo su brazo derecho hacia el reducido número de mujeres que esperaban a escasa distancia de los saduceos .
A pesar de cuanto llevaba vivido y sufrido en aquella misión , al oír al zebedeo mis rodillas temblaron . ¡ María estaba allí !
Longino no tuvo valor para negarse . Y autorizó al discípulo a que acompañara a la madre del maestro hasta lo alto del patibulo , con la condición de que el resto permaneciera donde estaba y de que permaneciera al pie de la cruz fuera lo más breve posible .
Autor : J.J.benitez
Un abraz
Antonio Martinez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
puede comentar todas las personas que lo deseen , con educación y respeto