miércoles, 18 de marzo de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 1 - 2 de abril , domingo ( 13 )

Oviamente , ninguno de los que escucharon aquellas frases podían intuir siquiera el trágico fin que acababa de profetizar el rabí . Treinta y seis años más tarde , desde el 66 al 70 , el general romano Tito Flavio Vespasiano primero caería sobre Israel con tres legiones escogidas y numerosas tropas auxiliares del norte . Su hijo Tito remataría la destrucción del Templo y de buena parte de jerusalén , en medio de un baño de sangre . Más de ochenta mil hombres , integrantes de las legiones 5ª - , 10 ª , 12 ª , y 15 ª , reforzadas por la caballería , llegarían poco antes de la luna llena de la primavera del año 70 ante las murallas de la ciudad santa . En agosto de ese mismo año , y despues de encarnizados combates , los romanos plantaban sus insignias en el recinto sagrado de los judíos . En septiembre , tal como había advertido Jesús , no quedaba piedra sobre piedra de la que había sido la ciudad << ombligo del mundo >> . Según los cálculos de Tácito , en aquellas fechas se habían reunido en Jerusalén - con el fin de celebrar la tradicional Pascua - al rededor de seiscientos mil judíos . Pues bien , el historiador Flavio Josefo afirma que , durante el sitio , el número de prisioneros  - sin contar a los crucificados y a los que lograron huir - se elevó a 97.000. Y añade que , en el transcurso de tres meses , sólo por una puerta de la ciudad pasaron 115 . 000 cadáveres de israelitas . Los que sobrevivieron fueron vendidos como esclavos y dispersados .
Las lágrimas y los lamentos del Nazareno estaban más que justificados ...
Juan Zebedeo , uno de los discípulos más queridos por Jesús  - sin duda por su inicencia y generosidad - se aproximó hasta el Maestro y con el alma conmovida  le tendió un pañolón , de los usados habitualmente  para quitar el sudor del rostro y que solían guardar anudado en cualquiera de los brazós  . Cristo , sin pronunciar una sola palabra  más , se enjugó las lágrimas y volvió a montar en el jumento , iniciando el descenso hacía la ciudad.
La riada de gente que habíamos visto desde la cima  subían ya por la ladera , arreciando en sus vítores.
Autor : J.J. Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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