martes, 21 de julio de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 2 - El Diario ( 62 )

 Durante  largo rato permanecí con la mirada  extraviada  en un cielo tormentoso , que azotaba  el asfalto y los ventanales ahumados  del vehículo con furiosas ráfagas de lluvia  . ( Era admirable  . La minuciosidad de los israelíes  llegaba a a extremos insospechados  . En aquel microbús  , por ejemplo , los cristales ahumados  - en realidad se trataba de vidrios  semirreflectantes  - permitían la visión de dentro a fuera  , pero no al contrario . Esto , unido a la considerable  y calculada altura  de tales ventanas  , hacía poco menos que imposible  que un hipotético observador  distinguiera  quién o que  viajaba en dicho vehículo ) Por espacio de algunos minutos luché  por apartar de mi mente  los negros presagios  que planeaban sobre la futura misión  , fijando la atención  en detalles como como los del microbús  , el creciente temporal  o el paisaje . Pero fue inútil  . A cada instante  , como fogonazos  , se presentaban en mi cerebro las sangrientas escenas de los bombardeos  o del derribo del avión de pasajeros . La vieja angustía  afloró entonces  y formó un n udo en mi garganta  . En esos momentos  la mano de Eliseo - sentado a mi izquierda  - presionó  mi antebrazo . No hicimos comentario alguno . Mi rostro debía ser un libro abierto ....
Hacia las 07,45 horas , el microbús dejó atrás  el pedregoso desierto de Judá  . Y los amarillos  carteles indicadores  , en ebreo e inglés , empezaron a confirmar lo que ya sabía  . En las proximidades  de Almog giramos a la derecha , dejando la estrecha  carretera que conduce  a la frontera con Jordania . Al avistar la plácida y verdosa superficie del mar Muerto , mi compañero me hizo una señal indicándome  en un mapa de carreteras que aquella ruta  conducía al Sinaí . A punto estuve de sacarle de sus dudas , dibujando el lugar - justo frente al famoso mar que ahora costeábamos - donde , si no me equivocaba  , debería concluir el viaje . Pero me arrepentí y , con una sonrisa  de circunstancias ,devolví el lá`piz al bolsillo de mi pesado chaquetón . Aquella calzada , en efecto , llevaba hasta la ciudfad más meridional de Israel : Eliat , a orillas del golfo del mismo nombre y en las puertas del desierto del Sinaí.
El conductor redujo la velocidad . A intervalos , desde la escarpada pared rojiza que se levantaba a nuestra derecha  , se precipitaban pequeñas  y blancas cascadas de agua que invadían el asfalto , dificultando la circulación . Las torrenteras , que irían aumentando en número y caudal conforme fuimos  aproximandonos  a nuestro objetivo , terminaban indefectiblemente en las saladas aguas del mar Muerto ( situado a cuatrocientos metros  por debajo del nivel del Mediterráneo ).

Autor : J.J. Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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