A unos dos kilómetros de la población, como venía diciendo , el camino se partió en dos . Y el Zebedeo , sin dudarlo tomó el de la derecha . El paisaje no varió sustancialmente . Los bosques de robles del Tabor , que dominaban las colinas hasta una altitud de quinientos metros , fueron escaseando , en beneficio de las cuatro especies de terebinto o pistacia propias de la zona .
A los treinta minutos de nuestra salida de Caná , cuando llevábamos recoridos más de dos kilómetros y medio , la senda desembocó en una menguada planicie , amurallada por el verde luminoso de una colonia de terebintos de cortezas exudadas , en las que la plateada y olorosa trementina espejeaba al sol naciente . El calvero se hallaba presidido por un peñascal , enrojecido por el alba , del que brotaba un caudaloso venero . El manantial se precipitaba desde cinco metros de altura , siendo recogido en un estanque semicircular , a manera de depósito , del que arrancaba el mencionado acueducto . La cota en cuestión - 532 metros - permitía la rápida y permanente conducción del agua hasta Caná y su entorno , ubicados a cuatrocientos metros .
Al socaire de la peña , vencida por los años y los vientos , se sostenía a duras penas una cabaña de troncos , con techumbre de paja y retamas , tan abiertas y desmelenadas que dejaban al descubierto una deteriorada base de de tierra apisonada . A la puerta del refugio, un hombre de mediana edad , sentado a la turca , seguía nuestros pasos con recelo . Pero el Zebedeo avanzó seguro , deteniéndose junto al estanque . Saludó entre dientes y el individuo , cortés , replicó con una ligera inclinación de cabeza . Mientras el discípulo se afanaba en el llenado del pellejo , Maria , desviándose hacia la choza , deseó la paz a su propietario . A renglón seguido , como si de una vieja costumbre se tratara , depositó en sus manos una lepta ( un octavo de as : pura calderilla ), aguardando en silencio . Y el hombre , que resultó ser el funcionario guardián del servicio de aguas de Caná , desapareció en el interior de la cabaña , retornando de de inmediato con un diminuto cuenco de barro en su mano izquierda y un candil encendido en la derecha . Se los entregó a Maria y poco amante , al parecer , de la palabra , volvió a sentarse a la puerta del cobertizo , pendiente de los tres forasteros .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
A los treinta minutos de nuestra salida de Caná , cuando llevábamos recoridos más de dos kilómetros y medio , la senda desembocó en una menguada planicie , amurallada por el verde luminoso de una colonia de terebintos de cortezas exudadas , en las que la plateada y olorosa trementina espejeaba al sol naciente . El calvero se hallaba presidido por un peñascal , enrojecido por el alba , del que brotaba un caudaloso venero . El manantial se precipitaba desde cinco metros de altura , siendo recogido en un estanque semicircular , a manera de depósito , del que arrancaba el mencionado acueducto . La cota en cuestión - 532 metros - permitía la rápida y permanente conducción del agua hasta Caná y su entorno , ubicados a cuatrocientos metros .
Al socaire de la peña , vencida por los años y los vientos , se sostenía a duras penas una cabaña de troncos , con techumbre de paja y retamas , tan abiertas y desmelenadas que dejaban al descubierto una deteriorada base de de tierra apisonada . A la puerta del refugio, un hombre de mediana edad , sentado a la turca , seguía nuestros pasos con recelo . Pero el Zebedeo avanzó seguro , deteniéndose junto al estanque . Saludó entre dientes y el individuo , cortés , replicó con una ligera inclinación de cabeza . Mientras el discípulo se afanaba en el llenado del pellejo , Maria , desviándose hacia la choza , deseó la paz a su propietario . A renglón seguido , como si de una vieja costumbre se tratara , depositó en sus manos una lepta ( un octavo de as : pura calderilla ), aguardando en silencio . Y el hombre , que resultó ser el funcionario guardián del servicio de aguas de Caná , desapareció en el interior de la cabaña , retornando de de inmediato con un diminuto cuenco de barro en su mano izquierda y un candil encendido en la derecha . Se los entregó a Maria y poco amante , al parecer , de la palabra , volvió a sentarse a la puerta del cobertizo , pendiente de los tres forasteros .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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