Durante un par de minutos el cadáver andante me contempló incrédulo . ¿ Por qué no huía ? Para cualquier judío , incluso para los menos escrupulosos con la ley, la lepra , además de una impureza , era la más flagrante manifestación del pecado . Todo leproso , por el hecho de serlo , era despreciado y repudiado , no sólo por el hipotético riesgo de contagio , sino , en especial , por << haber caído en desgracia ante Dios >> . << Auxiliadores >> , sacerdotes , ricos y pobres , judíos o gentiles procuraban distanciarse de estos << apestados >> , no concediéndoles oro favor que el de , muy de tarde en tarde , arrojar a sus pies alguna que otra hogaza de pan o las ropas usadas . Y aunque espero referirme a ello en su momento , esta dramática situación hizo más encomiables las audaces aproximaciones del Maestro a los leprosos .
Conmovido ante la insondable tristeza de aquellos ojos negros - quizá lo único vivo en semejante despojo - le sonreí e , inclinando la cabeza , balbuceé un saludo . El viejo , al detectar mi acento , comprendió . Y agradecido por el gesto de simple humanidad de aquel griego correspondió con una frase que no he olvidado :
- Tú no necesitas la paz , amigo : la llevas dentro .
No era el momento de polemizar sobre tan discutible afirmación . Y con una nerviosa despedida me distancié . Pero , súbitamente , ganado por uno de mis peligrosos impulsos , di la vuelta , depositando entre los muñones de sus manos el frasco de vidrio , obsequio de Meir . El leproso lo inspeccionó y , sin comprender , levantó los ojos hacia el enigmático caminante . Le animé a destaparlo . Y acercándolo a los descarnados labios arrancó con los dientes la tela de lino que lo sellaba . La fragancia del << agua de rosas >> le desconcertó . Supongo que intentó sonreir . Al no lograrlo bajó el rostro y las lágrimas corrieron hacia los corrompidos vendajes . Jamas volvería a verle .
Dejé atrás la hoz , impresionado por la triste suerte de aquel hombre y de los que , con seguridad , compartían cueva y enfermedad . Un Zebedeo colérico me aguardaba al final de la desembocadura ..
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Conmovido ante la insondable tristeza de aquellos ojos negros - quizá lo único vivo en semejante despojo - le sonreí e , inclinando la cabeza , balbuceé un saludo . El viejo , al detectar mi acento , comprendió . Y agradecido por el gesto de simple humanidad de aquel griego correspondió con una frase que no he olvidado :
- Tú no necesitas la paz , amigo : la llevas dentro .
No era el momento de polemizar sobre tan discutible afirmación . Y con una nerviosa despedida me distancié . Pero , súbitamente , ganado por uno de mis peligrosos impulsos , di la vuelta , depositando entre los muñones de sus manos el frasco de vidrio , obsequio de Meir . El leproso lo inspeccionó y , sin comprender , levantó los ojos hacia el enigmático caminante . Le animé a destaparlo . Y acercándolo a los descarnados labios arrancó con los dientes la tela de lino que lo sellaba . La fragancia del << agua de rosas >> le desconcertó . Supongo que intentó sonreir . Al no lograrlo bajó el rostro y las lágrimas corrieron hacia los corrompidos vendajes . Jamas volvería a verle .
Dejé atrás la hoz , impresionado por la triste suerte de aquel hombre y de los que , con seguridad , compartían cueva y enfermedad . Un Zebedeo colérico me aguardaba al final de la desembocadura ..
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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