Juan no me presentó a las mujeres . No era costumbre pero , además , tampoco lo necesitaba . Todas las hebreas se mostraban especialmente solícitas con María . Una de ellas acababa de ofrecerle un cuenco de madera con leche . Pero la madre del Galileo se resistía a tomarlo . Cuando mis ojos fueron acostumbrándosea la penumbra comprobé que la Señora tenía la cabeza descubierta . Sus cabellos eran mucho más negros de lo que había supuesto . Se peinaba con raya en el centro , recogiendo en la nuca una sedosa y azabache mata de pelo . Sus ojeras , mucho más marcadas que en el momento de su encuentro con el cricificado , reflejaban una noche de vigilia y sufrimiento . Se hallaba sentada sobre una de aquellas gruesas esterillas de palma y junco , con el cuerpo y la cabeza reclinados sobre el muro de adobe y los ojos semicerrados . De vez en cuando , un profundo suspiro agitaba todo su ser y los hermosos ojos rasgados se antreabrían . Por un momento , al captar la resignada amargura de aquella hebrea , me sentí desfallecer . No tenía valor para interrogarla . las fuerzas y el coraje parecían escapar de mí , anonadado ante la angustía de una madre que acababa de perder a su hijo primogénito . ¿ Cómo podía iniciar la conversación ? ¿ Con qué valor me enfrentaba a aquella mujer , rota por el dolor , para pedirle que me hablara de su Hijo , de su infancia y de su no menos ignorada juventud ?
Fue Juan quien , sin proponérselo , alisó tan arduo trabajo , previsto por Caballo de Troya como uno de los últimos objetivos de aquella misión.
Después de sacudir un viejo y renegrido pellejo de cabara , el discípulo llenó otro cuenco de madera con una leche espesa y agria , rogándome que aceptase aquel humilde refigerio .
- No te inquietes por el olor - me dijo - . Sacia mejor la sed ...
No quise desairarle y apuré el pestilente cuenco , procurando cerrar los ojos y contener la respiración .
Al terminar , el Zebedeo recogió el recipiente y señalando el manto de lino blanco que colgaba de mi ceñidor , exclamo :
- Veo que no has olvidado tu regalo ...
Autor . J.J. benitez
Un abrazo
Antonio martinez
Fue Juan quien , sin proponérselo , alisó tan arduo trabajo , previsto por Caballo de Troya como uno de los últimos objetivos de aquella misión.
Después de sacudir un viejo y renegrido pellejo de cabara , el discípulo llenó otro cuenco de madera con una leche espesa y agria , rogándome que aceptase aquel humilde refigerio .
- No te inquietes por el olor - me dijo - . Sacia mejor la sed ...
No quise desairarle y apuré el pestilente cuenco , procurando cerrar los ojos y contener la respiración .
Al terminar , el Zebedeo recogió el recipiente y señalando el manto de lino blanco que colgaba de mi ceñidor , exclamo :
- Veo que no has olvidado tu regalo ...
Autor . J.J. benitez
Un abrazo
Antonio martinez
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