La Señora y yo reunimos los sacos de viaje y , cuando me disponía a desclavar el gladius de Juan , éste , girando la cabeza , advirtió a María que no olvidara los restos de la serpiente . La Señora palideció . mirándome suplicante . Comprendí su aversión . Y necesitando sentirme útil . aunque sólo fuera como << recogedor de inmundicias >> , le ahorré el sufrimiento . Al << empaquetar >> las dos mitades de la víbira entre los abandonados lirios me pregunté qué utilidad podía tener aquel traslado . Y tras recuperar la espada me dispuse a seguirles , atacando los escasos dos kilómetros y medio que nos separaban de Caná . Mi ánimo - a que ocultarlo - se hallaba mal trecho .
Consciente de la importancia de cada minuto , El Zebedeo forzó la marcha . Pero el agresivo camino , en implacable ascenso y la torpeza de Natanael , constituyeron un freno y un sufrimiento añadido a sus nervios . Le vi detenerse . Tropezar . Recuperar el aliento . Cargar una y otra vez a su debilitado amigo y , finalmente , cuando casi habíamos arañado la cota de los cuatrocientos metros , desplomarse . María, jadeante , corrió en auxilio de ambos . Pero el peso del << oso >> colmaba sus menguadas fuerzas . Juan , derrumbado en mitad del estrecho y pedregoso , bañado en sudor , respiraba ruidosa y frenéticamente , derrotado por aquel kilómetro y medio de fatigisa ascensión . Caná , ajena a nuestro suplicio , se distinguía en lotananza , asentada sobre una colina de una altitud similar a la que acabábamos de coronar . Según mis estimaciones , entre aquel punto y el encalanado amasijo de casas mediaban aún alrededor de 800 o 900 metros . Un recorrido menos encabritado pero abundante en pequeñas y regulares cañadas que hacían brincar al camino y sufrir al caminante . A pesar de lo irregular y rocoso del paraje , las tierras aparecían exhaustivamente cultivadas . A la derecha , en terrazas escalonadas , crecían el trigo y , en menor volumen , la cebada . Y a la izquierda de la senda , alejandose hacia las cimas de dos suaves elevaciones , ejercitos de olivos y de higueras dominaban el paisaje , haciendo buenas las palabras de Bartolomé acerca de la << dorada abundancia >> de su pueblo natal .
Pero la forzada pausa duraría poco . Natanael , de improviso , rompió a vomitar .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Consciente de la importancia de cada minuto , El Zebedeo forzó la marcha . Pero el agresivo camino , en implacable ascenso y la torpeza de Natanael , constituyeron un freno y un sufrimiento añadido a sus nervios . Le vi detenerse . Tropezar . Recuperar el aliento . Cargar una y otra vez a su debilitado amigo y , finalmente , cuando casi habíamos arañado la cota de los cuatrocientos metros , desplomarse . María, jadeante , corrió en auxilio de ambos . Pero el peso del << oso >> colmaba sus menguadas fuerzas . Juan , derrumbado en mitad del estrecho y pedregoso , bañado en sudor , respiraba ruidosa y frenéticamente , derrotado por aquel kilómetro y medio de fatigisa ascensión . Caná , ajena a nuestro suplicio , se distinguía en lotananza , asentada sobre una colina de una altitud similar a la que acabábamos de coronar . Según mis estimaciones , entre aquel punto y el encalanado amasijo de casas mediaban aún alrededor de 800 o 900 metros . Un recorrido menos encabritado pero abundante en pequeñas y regulares cañadas que hacían brincar al camino y sufrir al caminante . A pesar de lo irregular y rocoso del paraje , las tierras aparecían exhaustivamente cultivadas . A la derecha , en terrazas escalonadas , crecían el trigo y , en menor volumen , la cebada . Y a la izquierda de la senda , alejandose hacia las cimas de dos suaves elevaciones , ejercitos de olivos y de higueras dominaban el paisaje , haciendo buenas las palabras de Bartolomé acerca de la << dorada abundancia >> de su pueblo natal .
Pero la forzada pausa duraría poco . Natanael , de improviso , rompió a vomitar .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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