viernes, 8 de enero de 2016

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 4 - El Diario ( 82 )

Y María , asustada  , suplicó al Zebedeo un último esfuerzo . Ella misma , predicando con el ejemplo . tomó al desencajado discípulo  por las axilas , bregando por levantarlo . En cuanto a Juan , arruinado física y psíquicamente , sólo acertó a gimotear , maldiciendo su mala estrella  . La escena me sobrepasó . Y olvidando el estricto código , olvidándolo todo , aparté  suave pero firmemente  a la mujer , cargando al <<oso >> sobre mi hombro derecho , como si de un fardo se tratara  . Y de esta guisa , poco ortodoxa a decir verdad , emprendí el último tramo , con más decisión que posibilidades . La temperatura  del discípulo parecía  fluctuar . No había duda  : la infección continiaba propagándose . Y apreté el paso , respirando por la boca  y , como digo , sosteniendo más por mi férrea voluntad que por el poder de mis piernas . Así , mal que bien , me hice  con los primeros trescientos o cuatrocientos metros . La Señora , pendiente del maltrecho Zebedeo , me seguía a un tiro de piedra .
Aunque no habíamos  intercambiado palabra alguna supuse que el lógico destino era la aldea . No fue exactamente así .
Y al salir de una de las vaguadas  , el camino se enderezó , apuntando directamente a Caná . Y a derecha e izquierda  , protegidos por sendos muretes de piedra de un metro de altura  , se presentaron ante este agotado explorador  los famosos huertos de granado común que , en aquel tiempo , honraban y hacían célebre a la ciudad . Era ésta  , y no el vino , como se cree quivocadamente  , una de las fuentes de riqueza de la comarca . En Caná jamás prosperó la vid . Centenares , quizá miles , de troncos densamente ramificados  y hojas oblongas que no tardarían en poblarse de llamativas flores encarnadas , verdeaban las laderas , ofreciendo cobijo a festivas alondras y a las rezagadas avefrías . En una de mis visitas a Caná , en pleno verano , tendría la oportunidad de contemplar cómo muchos de sus habitantes  trabajaban la corteza de este delicioso fruto , preparándola  para posteriores labores de tinte .
De pronto , a unos trescientos metros  de las primeras casas , María nos rebasó , corriendo y gritando un nombre : << Meir >> Y con el manto flotando en el aire  la vi alejarse por el callejón que formaban los parapetos  de los huertos de granados , reclamando a voces al tal <<  Meir >>.
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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