Y María , asustada , suplicó al Zebedeo un último esfuerzo . Ella misma , predicando con el ejemplo . tomó al desencajado discípulo por las axilas , bregando por levantarlo . En cuanto a Juan , arruinado física y psíquicamente , sólo acertó a gimotear , maldiciendo su mala estrella . La escena me sobrepasó . Y olvidando el estricto código , olvidándolo todo , aparté suave pero firmemente a la mujer , cargando al <<oso >> sobre mi hombro derecho , como si de un fardo se tratara . Y de esta guisa , poco ortodoxa a decir verdad , emprendí el último tramo , con más decisión que posibilidades . La temperatura del discípulo parecía fluctuar . No había duda : la infección continiaba propagándose . Y apreté el paso , respirando por la boca y , como digo , sosteniendo más por mi férrea voluntad que por el poder de mis piernas . Así , mal que bien , me hice con los primeros trescientos o cuatrocientos metros . La Señora , pendiente del maltrecho Zebedeo , me seguía a un tiro de piedra .
Aunque no habíamos intercambiado palabra alguna supuse que el lógico destino era la aldea . No fue exactamente así .
Y al salir de una de las vaguadas , el camino se enderezó , apuntando directamente a Caná . Y a derecha e izquierda , protegidos por sendos muretes de piedra de un metro de altura , se presentaron ante este agotado explorador los famosos huertos de granado común que , en aquel tiempo , honraban y hacían célebre a la ciudad . Era ésta , y no el vino , como se cree quivocadamente , una de las fuentes de riqueza de la comarca . En Caná jamás prosperó la vid . Centenares , quizá miles , de troncos densamente ramificados y hojas oblongas que no tardarían en poblarse de llamativas flores encarnadas , verdeaban las laderas , ofreciendo cobijo a festivas alondras y a las rezagadas avefrías . En una de mis visitas a Caná , en pleno verano , tendría la oportunidad de contemplar cómo muchos de sus habitantes trabajaban la corteza de este delicioso fruto , preparándola para posteriores labores de tinte .
De pronto , a unos trescientos metros de las primeras casas , María nos rebasó , corriendo y gritando un nombre : << Meir >> Y con el manto flotando en el aire la vi alejarse por el callejón que formaban los parapetos de los huertos de granados , reclamando a voces al tal << Meir >>.
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Aunque no habíamos intercambiado palabra alguna supuse que el lógico destino era la aldea . No fue exactamente así .
Y al salir de una de las vaguadas , el camino se enderezó , apuntando directamente a Caná . Y a derecha e izquierda , protegidos por sendos muretes de piedra de un metro de altura , se presentaron ante este agotado explorador los famosos huertos de granado común que , en aquel tiempo , honraban y hacían célebre a la ciudad . Era ésta , y no el vino , como se cree quivocadamente , una de las fuentes de riqueza de la comarca . En Caná jamás prosperó la vid . Centenares , quizá miles , de troncos densamente ramificados y hojas oblongas que no tardarían en poblarse de llamativas flores encarnadas , verdeaban las laderas , ofreciendo cobijo a festivas alondras y a las rezagadas avefrías . En una de mis visitas a Caná , en pleno verano , tendría la oportunidad de contemplar cómo muchos de sus habitantes trabajaban la corteza de este delicioso fruto , preparándola para posteriores labores de tinte .
De pronto , a unos trescientos metros de las primeras casas , María nos rebasó , corriendo y gritando un nombre : << Meir >> Y con el manto flotando en el aire la vi alejarse por el callejón que formaban los parapetos de los huertos de granados , reclamando a voces al tal << Meir >>.
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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