Sin aliento , percibiendo cómo las rodillas empezaban a doblarse , luché por ganar aquellos postreros pasos . Dios sabe que lo intenté . Pero , como le ocurriera a Juan , mis fuerzas se eclipsaron y , antes de que acertara a solicitar ayuda , caí desplomado , arrastrando al << oso >> . Y la pesada humanidad del discípulo me inmovilizó contra las piedras del camino .
Herido en mi amor propio me revolví , luchando por zafarme . Imposible .. De bruces , con los ojos y boca cargados de tierra y resoplando como un galeote , los débiles intentos para apartar al << oso >> sólo consiguieron quemar mis últimas energías . Me sentí ridículo .
Al poco , el concurso de Juan y del hombre que vi correr a nuestro encuentro salvarían tan grotesca situación . Cuando acerté a ponerme en pie , mi orgullo presentaba peores síntomas que mi integridad física . Había fallado de nuevo ...
Escupí el polvo y la rabia que secaban mi lengua . Y esta vez fui yo quien renegó de su pésima estrella .
La Señora , providencialmente , había alertado a un individuo que ahora , con el auxilio del Zebedeo , ayudaba a caminar a Natanael . Y con el cuerpo y el alma malparados me apresuré a seguirles .
Al dejar atrás los frondosos huertos , los tres hombres , precedidos por María , giraron bruscamente a la izquierda , desapareciendo en un caserón de altos muros . Al fondo del sendero , a unos doscientos metros , Caná se estiraba blanca y silenciosa en un frente de casi un kilómetro . Se trataba , sin duda , de una pujante localidad . En esta ocasión , muy a mi pesar , apenas si llegaría a pisarla . Los próximos acontecimientos iban a desplegarse , fundamentalmente , en aquella aislada y sin par casona , morada de uno de los galileos más respetados y queridos en toda la región y al que había hecho alusión la vendedora del cruce de Lavi.
Y a eso de las cinco y media de la tarde , a una hora escasa del crepúsculo , sin saber muy bien lo que hacía , crucé la cancela de madera , procurando no perder de vista a mis compañeros de viaje . Un viaje que los imponderables habían convertido en una pesadilla . Quizá debiera ahorar al hipotético lesctor de esta íntima confesión el relato de tan accidentada travesía hacia Nazaret . Pero , obedeciendo al corazón , he creido bueno que compartiera también las penalidades de este explorador.
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Herido en mi amor propio me revolví , luchando por zafarme . Imposible .. De bruces , con los ojos y boca cargados de tierra y resoplando como un galeote , los débiles intentos para apartar al << oso >> sólo consiguieron quemar mis últimas energías . Me sentí ridículo .
Al poco , el concurso de Juan y del hombre que vi correr a nuestro encuentro salvarían tan grotesca situación . Cuando acerté a ponerme en pie , mi orgullo presentaba peores síntomas que mi integridad física . Había fallado de nuevo ...
Escupí el polvo y la rabia que secaban mi lengua . Y esta vez fui yo quien renegó de su pésima estrella .
La Señora , providencialmente , había alertado a un individuo que ahora , con el auxilio del Zebedeo , ayudaba a caminar a Natanael . Y con el cuerpo y el alma malparados me apresuré a seguirles .
Al dejar atrás los frondosos huertos , los tres hombres , precedidos por María , giraron bruscamente a la izquierda , desapareciendo en un caserón de altos muros . Al fondo del sendero , a unos doscientos metros , Caná se estiraba blanca y silenciosa en un frente de casi un kilómetro . Se trataba , sin duda , de una pujante localidad . En esta ocasión , muy a mi pesar , apenas si llegaría a pisarla . Los próximos acontecimientos iban a desplegarse , fundamentalmente , en aquella aislada y sin par casona , morada de uno de los galileos más respetados y queridos en toda la región y al que había hecho alusión la vendedora del cruce de Lavi.
Y a eso de las cinco y media de la tarde , a una hora escasa del crepúsculo , sin saber muy bien lo que hacía , crucé la cancela de madera , procurando no perder de vista a mis compañeros de viaje . Un viaje que los imponderables habían convertido en una pesadilla . Quizá debiera ahorar al hipotético lesctor de esta íntima confesión el relato de tan accidentada travesía hacia Nazaret . Pero , obedeciendo al corazón , he creido bueno que compartiera también las penalidades de este explorador.
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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