domingo, 27 de diciembre de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 4 - El Diario ( 18 )

Al llegar a la altura de la media docena de hombres  respondieron entre dientes  a los saludos de rigor  . Y recelosos  y huidizos  , sin girar las cabezas , pusieron tierra de por medio , alejándose hacia la aldea . Yo , como digo , caí en una nueva torpeza . Curioso , me entretuve frenta a la cuadrilla , observando su trajín . Con las túnicas arrolladas a la cintura - ciñendo los lomos >> - y las cabezas cubiertas por sendos pañuelos grisáceos  , doblados en triángulo y sujetos por cuerdas de lana  y pelo de cabra  , los parlanchines felah se introducían entre los arbustos  con increíble habilidad , arrancándolos - raices incluidas - , con dos o tres certeros golpes de azadón . Las plantas , de la especie pinpinela  espinosa  , eran arrojadas al camino y cargadas en unos enormes cestos de hoja de palma  , de casi metro y medio de diámetro , firmemente sujeto a los costados de tres cenicientos asnos de Licaonia , rebeldes i obstinados , pero los más fuertes y apropiados para las grandes distancias . A mis preguntas , el capataz se deshizo en explicaciones . Aquel espino , que había tenido oportunidad de contemplar en algunas de las casas  y jardines de los alrededores de la Ciudad Santa , era muy codiciado por los hebreos . Resultaba excelente para cercar una propiedad o como combustible . Sus hojas , incluso , divididas en varios pares de foliolos dentados , aportaban  un exquito sabor a las comidas . Aquélla , según entendí , constituía una de las fuentes de riqueza de Arbel . La pimpinela era << exportada >> a toda Galilea , la Decápolis y , por supuesto a Jerusalén . Y deseoso de complacer a tan interesado extranjero , el jefe de los felah puso en mis manos  un puñado de verdes y olorosas hojas , replicando a mi gratitud con un << la paz te acompañe en tu caminar >>. Pero mi contento dudaría poco . Cuando dirigí la vista hacia el camino , el corazón me dio un vuelco . El último centenar de metros aparecía desierto . Mis compañeros de viaje habían desaparecido .
Corrí hacia la aldea . ¿ Cómo era posible  ? ... Apenas me había entretenido ...
A unos metros de las primeras casas frené la incómoda carrera . El ropón y el maldito odre de agua no hacía otra cosa que embarullar mi ya penosa situación . Dusé . ¿ Atajaba por el interior de la población ? Caminé un par de minutos . Al poco retrocedía  desmoralizado . El dédalo e casuchas y callejones resultó tan enrevesado que , en previsión de peores males , me incliné por el camino más seguro . Rodearía Arbel .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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