Y en una deliciosa locura alada , los inquilinas de la garganta - pesados y negros cuervos , fulminantes vencejos de afiladas colas , azulasdos y asustadizos roqueros solitarios , bisbitas de las montañas , gorriones chillones y emigrantes escribanos cenicientos - planeaban de cornisa en cornisa o de gruta en gruta , alzándose sin esfuerzo hacia la cima del picacho que gobernaba el quebrado paraje : el har o monte Arbel , de 389 metros de altitud .
A los veinte minutos de marcha de esta segunda etapa , en uno de los más pronunciados repechos ( con un desnivel superior a los cuarenta grados ) , María , sudorosa y jadeante , lanzó un pequeño grito , llamando la atención del hombre de cabeza . Necesitaba descansar y recuperar el aliento . Bartolomé se detuvo entre protestas . Pero el Zebedeo , comprensivo , se deshizo del petate , acudiendo solícito en ayuda de la Señora . Ésta , acomodándose en una de las rocas que menudeaban a lo largo de la senda , agradeció el pañolón que acababa de ofrecerle Juan , enjugando el sudor del rostro y cuello . Y adelantándome a sus deseos , extraje el tapón de madera que cerraba el mugriento y embreado odre , colmando la escudilla que colgaba del pellejo . Al aproximarle el agua , María dulcificó su mirada , esbozando una de sus cálidas sonrisas . ¡ Dios ! La reconocí al punto . Aquélla era la sonrisa de su Hijo . Limpia . Acojedora . Irresistible .... Y un escalofrío me dejó sin habla .
Los rudos modales de Natanael , reclamando su ración de agua , abortaron tan entrañables recuerdos , devolviendome a la realidad . A pesar de su falta de tacto , aquel discípulo poseía un corazón noble y confiado . Poco a poco iría descubriéndolo .
Ni el Zebedeo ni yo probamos el agua . El primero , supongo , por que no la necesitaba . En cuanto a mí , como ya expliqué , por estrictas razones de seguridad .
En el fondo , aunque ninguno lo reconociera abiertamente , todos agradecimos la pausa . Y durante algunos minutos , cada cual se hundió en sus personales preocupaciones . Una ligera y fresca brisa , preludio del primaveral Maarabit , el viento que viaja a diario desde el Mediterráneo hasta el lago , hacía oscilar los hisopos sirios y las altas espadañas , provocando el cabeceo de los bosquecillos de laurel y perfumando el desfiladero con el aceite volátil de sus verdes y correosas hojas .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
¡ FELIZ NAVIDAD !
A los veinte minutos de marcha de esta segunda etapa , en uno de los más pronunciados repechos ( con un desnivel superior a los cuarenta grados ) , María , sudorosa y jadeante , lanzó un pequeño grito , llamando la atención del hombre de cabeza . Necesitaba descansar y recuperar el aliento . Bartolomé se detuvo entre protestas . Pero el Zebedeo , comprensivo , se deshizo del petate , acudiendo solícito en ayuda de la Señora . Ésta , acomodándose en una de las rocas que menudeaban a lo largo de la senda , agradeció el pañolón que acababa de ofrecerle Juan , enjugando el sudor del rostro y cuello . Y adelantándome a sus deseos , extraje el tapón de madera que cerraba el mugriento y embreado odre , colmando la escudilla que colgaba del pellejo . Al aproximarle el agua , María dulcificó su mirada , esbozando una de sus cálidas sonrisas . ¡ Dios ! La reconocí al punto . Aquélla era la sonrisa de su Hijo . Limpia . Acojedora . Irresistible .... Y un escalofrío me dejó sin habla .
Los rudos modales de Natanael , reclamando su ración de agua , abortaron tan entrañables recuerdos , devolviendome a la realidad . A pesar de su falta de tacto , aquel discípulo poseía un corazón noble y confiado . Poco a poco iría descubriéndolo .
Ni el Zebedeo ni yo probamos el agua . El primero , supongo , por que no la necesitaba . En cuanto a mí , como ya expliqué , por estrictas razones de seguridad .
En el fondo , aunque ninguno lo reconociera abiertamente , todos agradecimos la pausa . Y durante algunos minutos , cada cual se hundió en sus personales preocupaciones . Una ligera y fresca brisa , preludio del primaveral Maarabit , el viento que viaja a diario desde el Mediterráneo hasta el lago , hacía oscilar los hisopos sirios y las altas espadañas , provocando el cabeceo de los bosquecillos de laurel y perfumando el desfiladero con el aceite volátil de sus verdes y correosas hojas .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
¡ FELIZ NAVIDAD !
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