Lo sabía , pero me excusé . Y siguiendo los pasos del jeque salté al interior del carromato .
¿ Oh , Dios ! ¿ Qué era aquello ? En un asfixiante habitáculo de tres por dos metros , sobre un cargamento de balas de lana , yacía una mujer con el rostro cubierto por un velo negro . Sus gemidos eran ahogados poe los rezos de una anciana que , en cuclillas y a los pies de la joven doliente , simultaneaba el canturreo de los salmos penitenciales con el lanzamiento sobre el cuerpo de la nómada de una sustancia ocre que , en un primer momento , no supe identificar . Bajo el amplio ropaje distinguí un vientre anormalment e hinchado . Pero el olor putrefacto que llenaba el carruaje me distrajo . ¿ ¿ A que obedecía aquel infecto ambiente ? Al arrodillarme junto a la mujer e intentar explorar su pulso lo comprendí . La húmeda y pegajosa sustancia que casi enterraba a la enferma quedó adherida a mis manos . Instintivamente aproxímé las yemas de los dedos a mi nariz , buscando la identificación del elemento arrojado por la anciana . Mi estomago se rebeló . De acuerdo con las ancestrales y supersticiosas costumbres de aquellos pueblos , al considerar la enfermedad como la venganza de un dios o demonio maléfico , todo cuanto desagradar a la víctima propiciaba el mismo efecto en la divinidad instalada en el cuerpo . Pues bien , con el fin de obligar al espiritu causante del problema al desalojo del enfermo , la vieja en cuestión había rociado a la mujer con excrementos de animales .
Mi rabia y repugnancia fueron tales que , sin proceder siquiera a una primera y superficial inspección , abandoné el fétido carromato , tratando de poner en orden mis ideas ... y mi estómago.
La Señora , alarmada , me salió al paso , interrogándome . Y otro tanto ocurrió con Murashu y los discípulos . Recompuesto el ánimo , ante la atónita mirada del jefe de la tribu , le ordené que , para empezar , procediera al inmediato traslado de la joven a un carruaje sin carga . Acto seguido , con idéntico y enérgico tono , solicité de María que se ocupara de la limpieza de la mujer.
Al punto , una segunda carreta enraba en acción . Y a pesar del riesgo que podía suponer el traslado de un accidentado de estas características con posible politraumatismo , ninutos después descansaba en la espaciosa plataforma de un carro de cuatro ruedas.
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
¿ Oh , Dios ! ¿ Qué era aquello ? En un asfixiante habitáculo de tres por dos metros , sobre un cargamento de balas de lana , yacía una mujer con el rostro cubierto por un velo negro . Sus gemidos eran ahogados poe los rezos de una anciana que , en cuclillas y a los pies de la joven doliente , simultaneaba el canturreo de los salmos penitenciales con el lanzamiento sobre el cuerpo de la nómada de una sustancia ocre que , en un primer momento , no supe identificar . Bajo el amplio ropaje distinguí un vientre anormalment e hinchado . Pero el olor putrefacto que llenaba el carruaje me distrajo . ¿ ¿ A que obedecía aquel infecto ambiente ? Al arrodillarme junto a la mujer e intentar explorar su pulso lo comprendí . La húmeda y pegajosa sustancia que casi enterraba a la enferma quedó adherida a mis manos . Instintivamente aproxímé las yemas de los dedos a mi nariz , buscando la identificación del elemento arrojado por la anciana . Mi estomago se rebeló . De acuerdo con las ancestrales y supersticiosas costumbres de aquellos pueblos , al considerar la enfermedad como la venganza de un dios o demonio maléfico , todo cuanto desagradar a la víctima propiciaba el mismo efecto en la divinidad instalada en el cuerpo . Pues bien , con el fin de obligar al espiritu causante del problema al desalojo del enfermo , la vieja en cuestión había rociado a la mujer con excrementos de animales .
Mi rabia y repugnancia fueron tales que , sin proceder siquiera a una primera y superficial inspección , abandoné el fétido carromato , tratando de poner en orden mis ideas ... y mi estómago.
La Señora , alarmada , me salió al paso , interrogándome . Y otro tanto ocurrió con Murashu y los discípulos . Recompuesto el ánimo , ante la atónita mirada del jefe de la tribu , le ordené que , para empezar , procediera al inmediato traslado de la joven a un carruaje sin carga . Acto seguido , con idéntico y enérgico tono , solicité de María que se ocupara de la limpieza de la mujer.
Al punto , una segunda carreta enraba en acción . Y a pesar del riesgo que podía suponer el traslado de un accidentado de estas características con posible politraumatismo , ninutos después descansaba en la espaciosa plataforma de un carro de cuatro ruedas.
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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