Quizá lo que presencié en esos momentos no revista mayor importancia , pero me resisto a olvidarlo . En ocasiones , un simple gesto ,como aquel , encierra más fuerza que todo un discurso ... Era curioso . A pesar de su dilatada asociación con Jesús y de las excelsas enseñanzas recibidas , la mayor parte de los discípulos seguía alimentando un casi genético desprecio por los romanos . Y no era extraño que lo manifestasen a la menor oportunidad .
La cuestión es que , al llegar la mencionada bifurcación , Bartolomé , siempre en cabeza , aflojó el paso . El Zebedeo y la Señora le imitaron y , tras una rápida inspección de los alrededores , convencidos de que nadie espiaba sus movimientos , el primero de los discípulos giró el rostro hacia los mojones , lanzando un súbito y certero salibazo contra la piedra . En un primer momento , un tanto perplejo , asocié aquel poco edificante gesto con alguno de los habitos del guía . Más , al ser testigo de un segundo salivazo , propinado esta vez por el Zebedeo , mi desagrado se transformó en curiosidad . Y , sin más , reanudaron la marcha .
No necesité explicaciones complementarias , Al pasar ante los mojones entendí la razón de semejante comportamiento . Cada una de aquellas piedras volcánicas , de un metro de altura , orientaba al caminante en una muy concreta dirección . En uno , vaciado en la dura roca , había sido esculpido el nombre de Tiberíades y los estadios que restaban hasta la ciudad : 21 ( unos 4,5 kilómetros ) . El segundo mojón , marcando el ramal que serpenteaba hacia el noreste , advertía de la proximidad de Migdal , situada a cinco estadios ( al rededor de un kilómetro ) . Pues bien , aunque los mojones y las pertinentes señalizaciones podían haber sido trabajados unos setenta años antes - seguramente en la época en la que el rey Herodes el Grande , conquistó aquella zona -, debajo de los respectivos << letreros >> , una mano diestra y , casi con seguridad , romana , había grabado la efigie del césar Tiberio , dueño y señor de la levantisca provincia por la que caminaba .
Sonreí para mis adentros y , acomodando a mi espalda el cada vez más molesto pellejo de agua , apresuré el paso , reintegrándome al grupo.
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
¡ FELIZ NAVIDAD !
La cuestión es que , al llegar la mencionada bifurcación , Bartolomé , siempre en cabeza , aflojó el paso . El Zebedeo y la Señora le imitaron y , tras una rápida inspección de los alrededores , convencidos de que nadie espiaba sus movimientos , el primero de los discípulos giró el rostro hacia los mojones , lanzando un súbito y certero salibazo contra la piedra . En un primer momento , un tanto perplejo , asocié aquel poco edificante gesto con alguno de los habitos del guía . Más , al ser testigo de un segundo salivazo , propinado esta vez por el Zebedeo , mi desagrado se transformó en curiosidad . Y , sin más , reanudaron la marcha .
No necesité explicaciones complementarias , Al pasar ante los mojones entendí la razón de semejante comportamiento . Cada una de aquellas piedras volcánicas , de un metro de altura , orientaba al caminante en una muy concreta dirección . En uno , vaciado en la dura roca , había sido esculpido el nombre de Tiberíades y los estadios que restaban hasta la ciudad : 21 ( unos 4,5 kilómetros ) . El segundo mojón , marcando el ramal que serpenteaba hacia el noreste , advertía de la proximidad de Migdal , situada a cinco estadios ( al rededor de un kilómetro ) . Pues bien , aunque los mojones y las pertinentes señalizaciones podían haber sido trabajados unos setenta años antes - seguramente en la época en la que el rey Herodes el Grande , conquistó aquella zona -, debajo de los respectivos << letreros >> , una mano diestra y , casi con seguridad , romana , había grabado la efigie del césar Tiberio , dueño y señor de la levantisca provincia por la que caminaba .
Sonreí para mis adentros y , acomodando a mi espalda el cada vez más molesto pellejo de agua , apresuré el paso , reintegrándome al grupo.
Autor : J.J.Benitez
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Antonio Martinez
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