El problema , en prncipio , estaba en las pesas utilizadas por el cambista y en el tipo de interés que marcase por la operación . Vació el oro sobre uno de los platillos de latón de la balanza , buscando a continuación en un cajón de madera en el que se alineaban un batería de pesas de bonce . Yo había sido entrenado para este menester y reconocí las minas ( cuyo peso oficial debía ser 571 gramos ) , los siclos ( de 11,4 gramos ), los dediod siclos ( de 5,7 gramos i los óbolos ( de 0,6 gramos ) .
Pero , tal y como sospechaba , ninguna arrojaba el peso exigido por la ley . No tardé en comprobarlo . Acostumbrados a este tipo de manipulaciones , el caldeo fue directamente a los siclos , tomando media docena de aquellas cúbicas y desgastadas pasas . Las fue depositando con gran teatralidad sobre el platillo opuesto y, al hacer la número seis , la balanza se equilibró . Tuve que hacer grandes esfuerzos para no sonreir . Era obvio que debería haber situado siete de aquellas pesas y aún abrían faltado algunas décimas de gramo ...El pícaro cambista acababa de robarme algo más de 11,5 gramos de oro . Aún faltaba la tasa o interes fijado como marges en dicho negocio . Y el amigo Serug echó mano de una tablilla de madera encerada que colgaba de un mugriento cordel atado a su faja , garrapateando no sé qué extraña inscripciones con un fino estilete de hueso de hueso que hizo aparecer de debajo del turbante . Fue murmurando para sí una prolija e indescifrable cadena de operaciones matemáticas y , finalmente , con aquella falsa sonrisa colgada de su renegrido rostro , me mostró la tablilla , cantando el resultado final :
- 40 sequel y 874 sestercios .
Hice un rápido calculo mental , deduciendo que , ademas del robo en el peso , aquel maldito cambista me había aplicado la tarifa más alta permitida : el medio óbolo o media guerá por cada medio siclo o medio sequel ofrecido . Algo así como un 10 por ciento sobre el valor Total .
Juan Marcos volvió a darme otro puntapié , animámdome a rechazar la oferta , o cuando menos , a regatear . Pero el tiempo apremiaba y desoyendo los justos consejos del muchacho , acepté la proposición . El pagano abrio los ojos de par en par , sin comprender , y , mudo ante la inesperada reacción de aquel griego supuestamente tonto o excesivamente , se apresuró a entregarme la cantidad convenida . Esta vez su reverencia casi le hizo topar con la mesa de cambio .
Y a grandes zancadas , con los reproches de mi amigo a mis espaldas abandoné el tumultuoso atrio de los Gentiles.
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Pero , tal y como sospechaba , ninguna arrojaba el peso exigido por la ley . No tardé en comprobarlo . Acostumbrados a este tipo de manipulaciones , el caldeo fue directamente a los siclos , tomando media docena de aquellas cúbicas y desgastadas pasas . Las fue depositando con gran teatralidad sobre el platillo opuesto y, al hacer la número seis , la balanza se equilibró . Tuve que hacer grandes esfuerzos para no sonreir . Era obvio que debería haber situado siete de aquellas pesas y aún abrían faltado algunas décimas de gramo ...El pícaro cambista acababa de robarme algo más de 11,5 gramos de oro . Aún faltaba la tasa o interes fijado como marges en dicho negocio . Y el amigo Serug echó mano de una tablilla de madera encerada que colgaba de un mugriento cordel atado a su faja , garrapateando no sé qué extraña inscripciones con un fino estilete de hueso de hueso que hizo aparecer de debajo del turbante . Fue murmurando para sí una prolija e indescifrable cadena de operaciones matemáticas y , finalmente , con aquella falsa sonrisa colgada de su renegrido rostro , me mostró la tablilla , cantando el resultado final :
- 40 sequel y 874 sestercios .
Hice un rápido calculo mental , deduciendo que , ademas del robo en el peso , aquel maldito cambista me había aplicado la tarifa más alta permitida : el medio óbolo o media guerá por cada medio siclo o medio sequel ofrecido . Algo así como un 10 por ciento sobre el valor Total .
Juan Marcos volvió a darme otro puntapié , animámdome a rechazar la oferta , o cuando menos , a regatear . Pero el tiempo apremiaba y desoyendo los justos consejos del muchacho , acepté la proposición . El pagano abrio los ojos de par en par , sin comprender , y , mudo ante la inesperada reacción de aquel griego supuestamente tonto o excesivamente , se apresuró a entregarme la cantidad convenida . Esta vez su reverencia casi le hizo topar con la mesa de cambio .
Y a grandes zancadas , con los reproches de mi amigo a mis espaldas abandoné el tumultuoso atrio de los Gentiles.
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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