jueves, 3 de septiembre de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 2 - 9 de abril , domingo ( 120 )

Aunque la solemne fiesta dr la Pascua  de aquel año - doblemente festiva  por haber  coincidido en sábado - había concluido , la animación seguía  siendo extraordinaria  . A lo largo del pórtico Real y de Salomón  , en las caras sur y este  del gran rectangulo  , respectivamente , los vendedores  y cambistas  se afanaban  en atraer la  atención de los posibles  compradores  , en un confuso maramágnun  de gritos  , regateos ,  y encendidas polémicas  que , en la mayor parte de los casos  , no pasaban de los insultos o de los mutuos reproches . Bajo los techos de madera  de cedro , entre la triple columnata  de once metros de altura  del pórtico de Salomón  , numerosos hebreos  - escribas en su mayoría  - paseaban  cogidos de la mano , deteniendose  en ocasiones para contemplar el embriagador  paisaje del monte de los Olivos  . A lo lejos  , en el ángulo noroccidental , los cascos  bruñidos de los legionarios  romanos  , de guardia  en las torres de Antonia  , destellaban sin cesar , anunciando la pronta caída del sol .
Fuimos sorteando las mesas y tenderetes de los vendedores  de tórtolas y palomas  , más abundantes  ahora que los traficantes  de especias y que , con monótonas  cantinela  , mostraban a los posibles clientes  los excelentes  y baratos pájaros y aves >> , destinados en su mayoria a las obligadas  ofrendas que debían realizar las parturientas o los leprosos que lograban curarse .
La operación de canje de moneda  era siempre engorrosa  y ardua  . Por supuesto , conocía  la técnica del regateo  - obligada en cualquier tipo de transación  - y , aun sabiendo que el cambista  procuraba siempre engañar al que tenía  enfrente  , simulé  ante Juan Marcos  una cuidadosa elección de la mesa  sobre la que debía  efectuarse la operación . El adolescente  , habituado a estos trajines  , me recomendó desde el primer momento un viejo caldeo , tocado con un turbante granate y de amplios sarabarae o pantalones persas  de seda púrpura  . Accedí y , una exagerada  reverencia  , mi joven acompañante  me presentó como un horado comerciante griego de paso por Jerusalén . Los ojillos del cambista  recorrieron en un santiamén  mi pulcro atuendo y , señalando hacia la pequeña balanza  romana  que descansaba sobre el tablero  de pino de su tenderete , correspondió con otra no menos  falsa y pronunciada  inclinación de cabeza.
Autor : J. J. Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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