miércoles, 13 de enero de 2016

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 4 - El Diario , 25 de abril , martes ( 4 )

A unos dos kilómetros de la población, como venía diciendo , el camino se partió en dos . Y el Zebedeo , sin dudarlo tomó el de la derecha  . El paisaje  no varió sustancialmente . Los bosques de robles del Tabor , que dominaban las colinas hasta una altitud  de quinientos metros  , fueron escaseando , en beneficio de las cuatro especies de terebinto o pistacia propias de la zona .
A los treinta minutos de nuestra salida de Caná , cuando llevábamos recoridos más de dos kilómetros y medio , la senda desembocó en una menguada planicie , amurallada por el verde luminoso de una colonia de terebintos de cortezas exudadas , en las que la plateada y olorosa trementina espejeaba al sol naciente . El calvero se hallaba presidido por un peñascal , enrojecido por el alba  , del que brotaba un caudaloso venero . El manantial se precipitaba desde cinco metros de altura  , siendo recogido en un estanque semicircular , a manera  de depósito , del que arrancaba  el mencionado acueducto . La cota en cuestión - 532  metros - permitía la rápida  y permanente conducción del agua hasta Caná y su entorno , ubicados a cuatrocientos metros .
Al socaire de la peña  , vencida por los años  y los vientos  , se sostenía a duras penas una cabaña de troncos , con techumbre de paja  y retamas , tan abiertas  y desmelenadas que dejaban al descubierto una deteriorada  base de de tierra apisonada .  A la puerta del refugio, un hombre de mediana edad  , sentado a la turca  , seguía nuestros pasos con recelo . Pero el Zebedeo avanzó seguro , deteniéndose junto al estanque  . Saludó entre dientes y el individuo , cortés , replicó con una ligera inclinación de cabeza . Mientras el discípulo se afanaba  en el llenado del pellejo , Maria , desviándose hacia la choza , deseó la paz a su propietario . A renglón seguido , como si de una vieja costumbre se tratara , depositó en sus manos  una lepta ( un octavo de as : pura calderilla ), aguardando en silencio . Y el hombre  , que resultó ser el funcionario guardián del servicio de aguas de Caná  , desapareció en el interior de la cabaña  , retornando de de inmediato con un diminuto cuenco de barro en su mano izquierda y un candil encendido en la derecha . Se los entregó a Maria  y poco amante  , al parecer , de la palabra , volvió a sentarse a la puerta del cobertizo , pendiente de los tres forasteros .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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