martes, 12 de enero de 2016

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 4 - El Diario , 25 de abril , martes ( 1 )

Mi despertar no tuvo nada de plácido . Estaba a punto de amanecer . Los cronómetros de la << cuna >> debían marcar las cinco o cinco y media  de la madrugada . Alguien me zarandeó por los hombros  y , sumergido , como estaba  , en el abismo del sueño , no tuve conciencia  de dónde ni con quién estaba . Y adormilado , con la << vara de Moisés >> entre las manos y enganchado aún a las escenas de una terrible pesadilla  , en la que el módulo luchaba por atravesar una infernal tormenta  ( reminiscencias , sin duda  , de los graves momentos  vividos en el vuelo sobre el mar de Tiberíades ), pregunté - ¡ en ingles ! - << si el Maestro se hallaba a bordo >>
Al distiguir el perplejo rostro de María  , que trataba de despertarme  , caí en la cuenta del nuevo e involuntario error .
- Jasón , ¿ que lengua es ésa ? ... Vamos , es hora de partir .
La pregunta , gracias a Natanael , quedó momentáneamente sin respuesta . De pie  , con el semblante fresco como la brisa que irrumpía en la estancia  , apoyándose ligeramente en los hombros de la arrodillada mujer , terció en la escena  con una de sus habituales  bromas :
- Es la primera ve que veo a un maldito griego durmiendo en compañía  de un bastón ...
Con los ojos fijos en los de la Señora , aunque escuchando la ocurrencia del << oso >> ,me excusé con un amago de sonrisa , más propia  de un idiota  . No había duda  . El discípulo , catorce horas después de la embestida de la v´bora  , se hallaba  francamente  recuperado  . Superada  la crisis  volvía a se el de siempre  : charlatán , bromista , soñador e ingenuo como un niño . Él nunca lo supo pero , al verle restablecido , me alegré en lo más íntimo . Y esqivando deliberadamente  a la pertinaz e intrigada  María me refugié en Bartolomé  , examinando su mano izquierda e interrogándole  acerca de su estado . El edema  inicial casi había desaparecido  , aunque reconoció que todavía  experimentaba  pinchazos y dolores en el área de la mordedura  . La temperatura  y el pulso , estabilizados  , eran otra saludable  señal del retroceso de la infección . Lo mismo podía decirse  de su dicción y ritmo respiratório . Pero , cuando me disponía a examinar las pupilas , Juan de Zebedeo , desde el rincón donde crepitaba el fogón  , me gritó << que quitara  mis cobardes manos  de su compañero >>. Y la tensión del día  anterior  se espesó en la penumbra de la sala  . Obedecí a pesar de la atónita mirada  de Bartolomé que , lógicamente , no recordaba lo ocurrido al pie del trigal.
Autor : J.J.Benitez
Una abrazo
Antonio Martinez

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