viernes, 27 de enero de 2017

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 8 - 4 de noviembre , domingo ( 3 )

Permanecí quieto y pendiente de los movimientos del gigante . Al cabo de un minuto largo se hizo de nuevo con el barril de colores y arrancó , a la carrera , al tiempo que sujetaba el manto con la mano derecha . No entendía nada . Tentado estuve de olvidarlo y dar media vuelta . No supe prestar atención al instinto ...
Y bajo la lluvia , supongo que movido por la curiosidad , me fui tras él e intenté no perderlo de vista .
Al poco , por nuestra derecha , cerca de la senda que atravesaba el valle , rumbo a Jerusalén , apareció el descuidado edificio de barro y hojas de palma que servía de aduana y en el que vimos morir a los tres jóvenes zelotas . El aguacero lo mantenía solitario . No acerté a distinguir a los publicanos y tampoco al grupo de soldados que custodiaba el lugar . Un perro , en alguna parte , ladraba sin trehua . Detuve la carrera Lo lógico es que los funcionarios y la patrulla se hallaran en el interior . Aunque el puesto fronterizo , que delimitaba los territorios de la Decápolis y la Perea , se levantaba a más de un centenar de metros del senderillo por el que corríamos , entendí que no debía arriesgar . El cruce , a toda velocidad , por delante de los suspicaces gabbai o recaudadores de impuestos , y de los no menos desconfiados kittim, expertos en el manejo de las afiladas jabalinas  , era , cuando menos , una actitud arriesgada . No tentaría al Destino ...
Yehohanan no pensó lo mismo y se alejó veloz , entre una cortina de agua  , cada vez más obstinada . Pensé en su reciente gesto  , solicitando silencio . ¿ Pudo tener relación con la proximidad de los odiados funcionarios al servicio de Roma y de la no menos despreciada línea de caballería romana ? . El Anunciador - así lo demostraba en cada una de sus prédicas - no sentía la menor devoción por aquellos representantes de la << nueva Sodoma >> , según sus propias palabras . Dudé . Cuando Yehohanan llevó el dedo a los labios  , la aduana ni siquiera era visible . Pero , entonces , ¿ a qué obedecía la orden de silencio ? No tardaría en averiguarlo ...
Afortunadamente , dejé atrás el edificio y reemprendí la carrera , inquieto ante la posibilidad de que el Anunciador desapareciera . El aguacero amainó.
Y de pronto lo vi . Se había detenido . Parecía esperarme (?) . En realidad , nunca lo supe . Se hallaba en mitad de un puente de piedra que brincaba sobre el Jordán . Observaba las terrosas y rápidas aguas , con las enorme manos apoyadas sobre el parapeto . La colmena ambulante permanecía a su lado , junto a los interminables y embarrados pies desnudos .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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