Al cruzar el arco de la puerta de los Peces , un penetrante olor a pescado me recordó que aquél era asentamiento habitual de los tirios . A la sombra de la muralla , una decena de fenicios - todos ellos paganos - animaba a la clientela a comprobar las excelencias de las << recientes capturas del lago de Genesaret y de la vecina costa de Tiro >> Al echar una ojeada a los carros pude distinguir algunos hermosos ejemplares de percas , salmones , tímalos y lucios , diestramente protegidos entre helechos y gruesa sal diamantina . Astutamente , colocaban a la vista los peces esmimados como << puros >> . Los que la Ley de Moisés calificaba de << impuros >> - todos los que carecian de escamas o aletas natatorias - eran escondidos bajo los carros . Para haber sportado de doce a quince horas desde su posible salida del litoral maditerráneo , la mercancia no se hallaba excesivamente deteriorada . La nieve , aunque conocida y utilizada como medio de conservación de los alimentos , era todavía un artículo de lujo , asequible tan sólo a las mesas de los emperadores o de los grandes magnates.
Cuando rechacé la oferta de uno de los vendedores , al captar mi acento extranjero , el tirio me hizo un guiño . Echó mano de un cesto oculto bajo el improvisado puesto y , en tono de complicidad , me informó que sus << rayas >> , lampreas , langostas , anguilas y siluros nada tenían que envidiar a los peces " puros ".
Le correspondí con una sonrisa y , deseándole << salud >> , me al3ejé del apestoso y enloquecedor corrillo . Curiosamente , la mayor parte de los << clientes >> eran hombres - judíos de pobladas barbas y bigotes rasurados -, ataviados con sus clásicos ropones de rayas verticales rojas y azules y portando en su mano izquierda sendos capacetes de paja , en los que iban depositando las viandas.
A trompicones fui abriéndome paso hacia el sur , a la búsqueda de la muralla que separaba aquel sector noroccidental del no menos concurrido barrio o ciudad baja .
Las callejuelas de Jerusalén , con su infernal desorden , fueron siempre un tormento . Y las que confluían en el gran mercado del barrio alto no lo eran menos . Las casas y talleres de adobe , recostados las unas sobre los otros y éstos sobre aquéllas , amasados en un laberinto de sombras , callejones sin salida y cientos de peldaños húmedos y pestilentes por los orines de la chiquellería y de las bestias de carga , representaban un serio problema a la hora de orientarse . Aunque parezca mentira , fueron los ruidos y los olores - característicos según la zona de la ciudad - los que me ayudaron a saber dónde demonios me encontraba .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Cuando rechacé la oferta de uno de los vendedores , al captar mi acento extranjero , el tirio me hizo un guiño . Echó mano de un cesto oculto bajo el improvisado puesto y , en tono de complicidad , me informó que sus << rayas >> , lampreas , langostas , anguilas y siluros nada tenían que envidiar a los peces " puros ".
Le correspondí con una sonrisa y , deseándole << salud >> , me al3ejé del apestoso y enloquecedor corrillo . Curiosamente , la mayor parte de los << clientes >> eran hombres - judíos de pobladas barbas y bigotes rasurados -, ataviados con sus clásicos ropones de rayas verticales rojas y azules y portando en su mano izquierda sendos capacetes de paja , en los que iban depositando las viandas.
A trompicones fui abriéndome paso hacia el sur , a la búsqueda de la muralla que separaba aquel sector noroccidental del no menos concurrido barrio o ciudad baja .
Las callejuelas de Jerusalén , con su infernal desorden , fueron siempre un tormento . Y las que confluían en el gran mercado del barrio alto no lo eran menos . Las casas y talleres de adobe , recostados las unas sobre los otros y éstos sobre aquéllas , amasados en un laberinto de sombras , callejones sin salida y cientos de peldaños húmedos y pestilentes por los orines de la chiquellería y de las bestias de carga , representaban un serio problema a la hora de orientarse . Aunque parezca mentira , fueron los ruidos y los olores - característicos según la zona de la ciudad - los que me ayudaron a saber dónde demonios me encontraba .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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