En el fondo , como pasaré a relatarn , la imprevista irrupción de aquella mujer en la fica contribuyó - y no poco - a multiplicar mi desolación . Esto fue lo que presencié :
Pedro , como decía , subió los peldaños y , gesticulando y farfullando incongruencias , se dirigió hacia el sendero . Parecía dispuesto a dejar plantado a su amigo . Pero , súbitamente , unos apresurados pasos le obligaron a detenerse . Yo , que me había alzado y me disponía a salir al encuentro de los apóstoles , hice otro tanto . Aquello no estaba previsto ni figura en los textos evangélicos .
Al fondo de la vereda , entre el ramaje de los árboles , se aproximaba rauda una silueta . Juan terminó por asomar a la pequeña explanada abierta frente a la roca y , despacio , fue a situarse junto a su expectante compañero . No hablaron . Pedro llevó su mano izquierda a la empuñadura de su espada y , temiendo quizá un desagradable encuentro , esperaron .
La alta y espigada figura llegó a la bifurcación del caminillo . Y al descubrir la presencia de los galileos detuvo su nervioso caminar . Era una mujer . Llevaba el rostro embozado en un holgado manto verde hierba . Creí reconocer el talle y aquellas delicadas vestiduras . Y fue Juan quien confirmaría mis suposiciones .
- ¡ María ! - exclamó el Zebedeo . Y abriendo sus brazos se precipito hacia la hebrea -, ¡ María ! ¡ Perdoname ! ... ¡ Es cierto , es cierto !
La de Magdala descubrió su cara , acogiendo al feliz discípulo . Simón retiró sus dedos del gladius y , repirando aliviado , permaneció inmóvil . Juan y la Magdalena habían roto a llorar . Y así siguieron durante algunos minutos , fuertemente abrazados . Pero Simón , cuya paciencia no era precisamente generosa , trató de cortar aquella emotiva escena , recriminándoles su << infantil credulidad >> e instando a Juan a salir cuanto antes de aquel << peligroso lugar >> . Fue entonces , al lanzar una inquieta mirada a su alrededor , cuando descubrió mi presencia entre los frutales . El pescador , sobresaltado , desenvainó la espada . Pero , saliendo de mi escondrijo , me di a conocer , invitándole a no perder la calma .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Pedro , como decía , subió los peldaños y , gesticulando y farfullando incongruencias , se dirigió hacia el sendero . Parecía dispuesto a dejar plantado a su amigo . Pero , súbitamente , unos apresurados pasos le obligaron a detenerse . Yo , que me había alzado y me disponía a salir al encuentro de los apóstoles , hice otro tanto . Aquello no estaba previsto ni figura en los textos evangélicos .
Al fondo de la vereda , entre el ramaje de los árboles , se aproximaba rauda una silueta . Juan terminó por asomar a la pequeña explanada abierta frente a la roca y , despacio , fue a situarse junto a su expectante compañero . No hablaron . Pedro llevó su mano izquierda a la empuñadura de su espada y , temiendo quizá un desagradable encuentro , esperaron .
La alta y espigada figura llegó a la bifurcación del caminillo . Y al descubrir la presencia de los galileos detuvo su nervioso caminar . Era una mujer . Llevaba el rostro embozado en un holgado manto verde hierba . Creí reconocer el talle y aquellas delicadas vestiduras . Y fue Juan quien confirmaría mis suposiciones .
- ¡ María ! - exclamó el Zebedeo . Y abriendo sus brazos se precipito hacia la hebrea -, ¡ María ! ¡ Perdoname ! ... ¡ Es cierto , es cierto !
La de Magdala descubrió su cara , acogiendo al feliz discípulo . Simón retiró sus dedos del gladius y , repirando aliviado , permaneció inmóvil . Juan y la Magdalena habían roto a llorar . Y así siguieron durante algunos minutos , fuertemente abrazados . Pero Simón , cuya paciencia no era precisamente generosa , trató de cortar aquella emotiva escena , recriminándoles su << infantil credulidad >> e instando a Juan a salir cuanto antes de aquel << peligroso lugar >> . Fue entonces , al lanzar una inquieta mirada a su alrededor , cuando descubrió mi presencia entre los frutales . El pescador , sobresaltado , desenvainó la espada . Pero , saliendo de mi escondrijo , me di a conocer , invitándole a no perder la calma .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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