Espléndidas mariposas zizagueaban entre los tulipanes de fuego , abriéndose como orquídeas sobre las flores rosadas de las adelfas , las anémonas multicolores , las espontáneas varas de las azucenas o los verdioscuros y perfumados matorrales de menta . Empujados por el viento del oeste , bandadas de inquietos matín pescadores de pecho blanco y espalda azul verdosa revoloteaban y planeaban sobre el pantano , devolviéndose los ruidosos trinos . Mientras cruzaba aquellos quinientos metros imaginé cómo podía ser aquel lugar durante el tórrido verano del Kerenneth . Lo insalubre de la zona , con sus colonias de mosquitos , podía significar un peligro latente para el que deberíamos prepararnos .
A un paso de la desembocadura del Jordán , la senda se doblaba hacia el sureste , dejando atrás los pantanos y avanzando recta por un terreno llano y despejado , prácticamente en paralelo a la línea de la costa . A mi izquierda surgieron de nuevo los huertos y cultivos de hortalizas y legumbres , entre los que menudeaban los garbanzos y bancales de habas . Junto a las chozas enpecé a distinguir las siluetas de los campesinos , encorvados sobre la tierra , acarreando cubos o estáticos y vigilantes bajo los corros de alfóncigos , almendros y sicómoros .
Con los dedos entumecidos por el lastre de las provisiones . opté por hacer una pausa . A la derecha del camino , a un tiro de piedra de donde me hallaba , se veía y escuchaba el rítmico y sordo redoble de las aguas , precipitándose en pequeñas oleadas sobre una playa rocosa . Un intenso y agradable olor a algas me reconfortó , recordándome mis lejanos años de juventud en el oeste de los Estados Unidos . Pero mi objetivo estaba a la vista . A media milla , pegada a la costa , semioculta por un bosquecillo de afilados sauces y tamariscos del Jordán y ligeramente aupada sobre la vega , Saidan se perfilaba negra y recogida , con algunas endebles columnas de humo blanco rompiendo el azul del cielo . Frente a la pequeña ciudad - quizá debería calificarla de mediana aldea -, inmóvil en la senda de tierra , experimenté una indefinible sensación . ¿ Ansiedad ? ¿ Alegría y tensa emoción ? ¿ Miedo ? Fue como una premonición . Como si << algo >> me anunciara que aquellos brillantes y oscuros muros que se derramaban hasta el lago iban a ser testigos de sucesos y momentos inolvidables .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
A un paso de la desembocadura del Jordán , la senda se doblaba hacia el sureste , dejando atrás los pantanos y avanzando recta por un terreno llano y despejado , prácticamente en paralelo a la línea de la costa . A mi izquierda surgieron de nuevo los huertos y cultivos de hortalizas y legumbres , entre los que menudeaban los garbanzos y bancales de habas . Junto a las chozas enpecé a distinguir las siluetas de los campesinos , encorvados sobre la tierra , acarreando cubos o estáticos y vigilantes bajo los corros de alfóncigos , almendros y sicómoros .
Con los dedos entumecidos por el lastre de las provisiones . opté por hacer una pausa . A la derecha del camino , a un tiro de piedra de donde me hallaba , se veía y escuchaba el rítmico y sordo redoble de las aguas , precipitándose en pequeñas oleadas sobre una playa rocosa . Un intenso y agradable olor a algas me reconfortó , recordándome mis lejanos años de juventud en el oeste de los Estados Unidos . Pero mi objetivo estaba a la vista . A media milla , pegada a la costa , semioculta por un bosquecillo de afilados sauces y tamariscos del Jordán y ligeramente aupada sobre la vega , Saidan se perfilaba negra y recogida , con algunas endebles columnas de humo blanco rompiendo el azul del cielo . Frente a la pequeña ciudad - quizá debería calificarla de mediana aldea -, inmóvil en la senda de tierra , experimenté una indefinible sensación . ¿ Ansiedad ? ¿ Alegría y tensa emoción ? ¿ Miedo ? Fue como una premonición . Como si << algo >> me anunciara que aquellos brillantes y oscuros muros que se derramaban hasta el lago iban a ser testigos de sucesos y momentos inolvidables .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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