viernes, 20 de noviembre de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 3 - 20 de abril, jueves ( 8 )

Retrocedió pálido y tambaleante  como si tuviera ante sí a un fantasma  , dejando caer el lebrillo , que se pulverizó con gran estruendo . Juan , desconcertado , se incorporó , encaminándose hacia el muchaco . Pero , antes de que llegara a su altura  , Juan Marcos salto por encima de los cascotes y tilapias , refugiándose en el corral . El joven Zebedeo ducó . Y , cambiando de dirección , salió a mi encuentro , rogándome que disculpara el frío e injusto recibimiento . El incidente quedó temporalmente olvidado y , tras un parco saludo general , los galileos reanudaron su conversación que , por supuesto , giraba alrededor de los extraordinarios sucesos vividos en Jerusalén . Rechacé la amable invitación para compartir el << desayuno >> colectivo , manifestando mi deseo de visitar al enfermo . Juan accedió agradecido , mostrándome el camino . Me incliné para desatar las sandalias y , proceder con las tirasde cuero de la pierna izquierda  , el Zebedeo , retirando suavemente mis dedos de los nudos , me sugirió que empezase por la sandalia derecha . Le miré extrañado .
- Trae mala suerte - aclaró sin más explicaciones .
Aceoté la sugerencia  . Poco a poco iría familiarizándome con aquellas pequeñas supersticiones y manías que , naturalmente , estaba dispuesto a respetar.
En la alcoba del jefe de los Zebedeo una muy grata sorpresa : María , la madre de Jesús , se hallaba a la cabecera  , en compañía de Salomé  , la esposa del anciano , y de algunas de las mujeres de la casa . Los hijos del << patrón >> habían cumplido fielmente mis prescripciones  médica y el paciente , aunque derrotado aún por los lacerantes dolores  , presentaba un aspecto más relajado . Al verme en el umbral , Salomé  y la Señora  abandonaron las compresas de agua fría  que administraban sobre la frente  del enfermo y , vivas muestras de alegría , me besaron en las mejillas , deseándome paz . Aquel gesto me reconfortó , devolviéndome la seguridad . La mujer del Zebedeo agradeció mis desvelos para con su marido , repitiéndome después por el innecesarío de los víveres .
Me arrodillé en silencio junto al jergón y , sin prestar demasiada atención a las cariñosas palabras de Salomé  , tomé las manos del Zebedeo , veruficando su pulso . El buen hombre sonrió .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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