viernes, 13 de noviembre de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 3 - 19 de abril , miercoles ( 23 )

Los esclavos y porteadores más próximos aflojaron el paso , mientras varios de los capataces , entre aspavientos y maldiciones  , se precipitaban hacia uno de los am-ha-arez caído en el suelo . A su lado se esparcían los restos de una tinaja de arcilla que había contenido tilapias descabezadas en salazón . Uno de los vigilantes , ciego de ira , descargaba su látigo sobre el infeliz . Con la llegada de los restantes capataces  , las patadas , insultos , insultos y latigazos intensificaron los gemidos y lamentos de aquel pobre diablo que , acurrucado y retorciéndose entre los añicos y la salmuera  , se protegía la cabeza con los brazos , implorando piedad . El repentino silencio en el muelle duraría poco . Transcurridos los primeros segundos de sorpresa , las cuadrillas de porteadores - azuzadas por los juramentos y golpes de los jefes de muelle - recobraron el habitual ritmo de trabajo , esquivando el círculo de energúmenos que se ensañaba con el que había tenido la mala fortuna de caer . Miré a mi alrededor y , estupefacto , comprobé cómo el resto de los trabajadores , comenciantes , aguadores y carpinteros de los almacenes reanudaban sus faenas , impasibles ante la paliza y la desgracia de aquel individuo . La escena , al parecer, era arto frecuente . Interrogué a Jonas con la mirada , pero éste , encogiendose de hombros , me dio a entender que no había nada que hacer . Aquellos capataces , brutales y sanguinarios , hubieran arremetido contra cualquiera que osara interceder en favor del caído . Titubeé . El código de Caballo de Troya me impedía intervenir . Una vez más , a pesar de mis deseos e impulsos , debía recordar que mi papel era el de mero observador . Nada más . Pero , indignado ante lo desproporcionado e injusto del castigo , opté por probar . Quizá violé una de las normas de la operación . No lo sé , ni lo sabré jamás . Tampoco importa demasiado . Y con paso decidido , antes de que el anciano pudiera retenerme , salvé los escasos metros que me separaban de los capataces , sujetando al vuelo uno de los látigos . Mi fulminante reacción los dejó perplejos . Me situé en el centro del círculo y , esbozando una hipócrita sonrisa , señalé hacia la carga derramada sobre el pavimento , interesándome por el precio de la misma . Los desencajados sirios , con la respiración entrecortada por el esfuerzo , permanecieron mudos y desconcertados . Aché mano a la bolsa de hule y , mostrándoles un puñado de monedas , repetí la pregunta . . El brillo de los sequel resultó milagroso .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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