domingo, 1 de noviembre de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 3 - 17 de abril , lunes ( 17 )

A pesar de mis sentimientos y natural simpatía hacia los galileos , debía mantenerme al margen . Y así fue . Mis amigos , en un alarde de serenidad , arrojaron los bultos a tierra , formando una cerrada piña . Simón , el Zelote , Santiago de Zebedeo y Pedro se situaron en primera fila y , con una sangre  fría que aún me conmueve  , dejaron que se aproximaran . Los seis hombres  del sumo sacerdote , confiados ante la aparente pasividad de sus contricantes , arreciaron en sus imprecaciones , levantando los bastones por encima de sus cabezas . Los últimos metros fueron dramáticos . Los betusianos , imparables , se disponían a descargar sus porras cuando , súbitamente , a un grito de Simón , los once desenvainaron las espadas , que destellaron afiladas y amenazantes . La fulminante y sincronizada reacción del grupo , con los gladius apuntando a los pechos de los esbirros  , fue decisiva . Éstos , desconcertados , quedaron clavados al polvo del camino . El Zelote y los suyos aprovecharon aquel instante de duda y , como un solo hombre , paso a paso , avanzaron hacia los acorbadados judíos . Lo que aconteció en esos críticos momentos no aparece muy claro en mi memoria . Torpe de mi , pendiente del inminente choque , no reparé en lo improcedente de mi posición , a espaldas y escasos metros del pelotón que enarbolaba las mazas . Recuerdo , eso sí , un potente y furioso grito de Pedro , mentando a la madre de un tal Ben Bebay . Este esbirro , al parecer , era el jefe de aquel puñado de betusianos y muy famoso en Jerusalén por su triste misión entre los sacerdotes del Templo . Y en cuestión de segundos , aquel tropel se deshizo de los bastones , huyendo precipitadamente . En el tumulto , varios de los esbirros , espantados , fueron a topar con quien esto escribe , derribándome y pisoteándome . Cuando intenté rehacer mi estrecha mi malrecha humanidad , el filo de una espada sobre mi garganta me hizo desistir . Quebrantado y medio ciego por la polvareda , fui incapaz de reaccionar . Sentí en mi cuello el frío hierro del gladius y , por un momento , desprotegido en aquel `punto por la  << piel de serpiente >> , creí llegada mi hora .
- ¡ Jasón ! ... ¡ Maldita sea ... !
La presión del arma cesó y , a duras penas , restregando la tierra de mi rostro , luché por incorporarme .
Autor :J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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