jueves, 27 de agosto de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 2 - 9 de abril , domingo ( 77 )

En total , unos treinta  jinetes con sus relucientes corazas  de hierro trenzado  y sus característicos pantalones  rojos y ajustados  . Seguramente regresaban  a la fortaleza  Antonia  . Y aunque  sus caballos  tordos  cabalgaban al pasoy se hallaban aún a cosa  de doscientos metros  , evité un nuevo encuentro  con las largas y afiladas  jabalinas de los soldados  . Salté sobre el pronunciado  talud  , ocultándome  entre los corros  de acebuches y el monte bajo . Esta vez la fortuna  estuvo de mi lado . Al poco , cuando sentí alejarse a la patrulla  , reanude la marcha , dejando entre los cardos  y ortigas el ya diezmado manto .
No tardé en divisar la cerca de madera  encalada  . Salté  y , procurando hacer el menor ruido  posible  , tras consultar la posición del sol  , me encaminé  hacia el sureste  . Aquella zona occidental de la plantación  se hallaba  cubierta de hotalizas  . Fui esquivando como pude  las hileras de << escalonias >> - la cotizada variedad de cebolla  egipcia -, así como los << ajos de caballo >> o pueros  , las hermosas y cuidadas escarolas  y berenjenas  y , de inmediato , a mi derecha  , entre las primeras filas de frutales , reconocí las inmaculadas paredes de la casa del ortelano . El silencio seguía reinando en la finca .
Frente amí se abrían las altas vides  - las << datileras >> de Beirut >>-, que el anciano propietario había importado  de la costa  fenicia  y que mimaba  con gran esmero  . Al otro lado del viñedo se levantaba el palomar  , de angustioso recuerdo para mí .
¿ Que hacía  ? ¿ Me ocultaba  de nuevo en el gran cajón  ? Rechacé la idea . Lo primero que debía averuguar  era si los discípulos  habían llegado . Elegí  la mancha  de frutales y , sigilosamente , como en ocasiones precedentes  , fui avanzando entre ellos  . Era muy extraño  que los perros no dieran señales de vida  . Pero lo atribuí a la prolongada presencia de los policías y legionarios . Rodeé  la casita  por su parte posterior  y , dejando  el brocal  del pozo a mi derecha , terminé por  agazaparme  entre los menudos  troncos de los árboles  que empezaban  a sombrear el suave  promontorio rocoso . Todo frente  a las escalinatas que llevaban al panteón continuaba inalterable  : los mantos , mazas , y la marmita  seguían allí , olvidados  . No había señal alguna de Pedro o de Juan . Y , acertadamente , supuse que su tránsito por las congestionadas callejuelas de Jerusalén no había resultado tan rápido como el mío .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez


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