miércoles, 19 de agosto de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 2 - 9 de abril , domingo - año 30 ( 26 )

Las trompetas de los levitas no tardarían en resonar , anunciando el nuevo día  . Había que acelerar la marcha  . En cuestión de minutos  , los ahora solitarios  extramuros  de la ciudad se verían paulatinamente  animados por hombres  y animales . Y los miles de peregrinos  que habían celebrado la Pascua , así como los habitantes de Jerusalén , emprenderían sus cotidianas faenas . Aquello podía complicar mucho nuestros planes .
Y sin pensarlo dos veces  , me lancé a una frenética carrera . El golpeteo de mis sandalias contra el polvo del camino y el escandaloso ondear al vientodel ropón  asustaron a las palomas que dormitaban entre los sillares del muro . Y un blanco tableteo se elevó por encima de las torretas .
Doblé la esquina  noreste y , animado ante la soledad del lugar , forcé la marcha  , procurando dosificar la respiración . Dejé a la derecha  el oscuro promontorio de Beza`tha y los imprecisos  perfiles de la piscina  de << las cinco galerías >> , enfilando el últomo tramo : el que me separaba del bastión norte de Antonia .
<< ¡ La fortaleza Antonia ! >>
Un súbito sentimiento de peligro me hizo aminorar . Con el corazón catapultado contra las paredes del pecho , distinguí a lo lejos los fuegos  de dos de los cuatro stationes  o puestos de guardia  emplazados en lo más alto de las torres que se erguían airosas en cada uno de los ángulos del formidable << castillo >>
Y , de pronto , cuando me restaban escasos metros para situarme  a la altura  del parapeto de piedra  que circunvalaba  el foso del cuartel general de Poncio  , escuché unos gritos . Sin detenerme  , levanté los ojos . En la torre más próxima  , entre  las almenas grisáceas  , unos legionarios gesticulaban , intercambiando sus voces  con la  uigiliae o patrulla nocturna  apostada  en la torre noroeste  . El vecerio no duró mucho . Y con lam certera  sospecha de que aquellos gritos  de alerta tenían mucho que ver conmigo , forcé mis piernas  . Apenas faltaban cien metros  para la bifurcacion del sendero.
Vano empeño . Como una exhalación , antes de que hubiera  recorrido una décima  parte de ese trayecto , tres infantes  romanos  irrumpieron en mitad del camino  , cerrándome el paso.
Era evidente que había cometido dos nuevos  y lamentables  errores . Primero , lanzarme  a tan sospechosa carrera y , segundo , olvidar la vigilancia  nocturna  de Antonia  y la abertura  o << puerta >> existente en el referido parapeto , permanentemente cutosdiada .
Frené en seco . Y , sin resuello , esteré  a que se aproximaran . Huir habría sido un tercer error ...
Autor :J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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