viernes, 28 de agosto de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 2 - 9 de abril , domingo ( 83 )

Al reconocerme , Juan secó sus lagrimas y , ante el gesto contrariado de Simón , acidió a mi , haciéndome  partícipe - entre gimoteos  y convulsivas  sonrisas - de lo que ya sabía . Durante algunos instantes no supe qué  hacer ni que decir . Era plenamente consciente  que no podía  influir  , en ningun sentido  , en los ánimos  o decisiones de aquellos hombres  . Mi papel era el de  mero espectador  . Sin embargo , en situaciones como aquélla  , la fría y necesaria  imparcialidad resultaba extremadamente difícil ... Y me limité  a escucharle  , acariciando sus revueltos y sedosos cabellos .
Fue Pedro quien , más sereno , vino a sacarme de tan comprometida situación  : Dejándose llevar de su lógica y sentido común , ignorando a María  , dio un corto paseo entre los bastones y la marmita de los policías del templo , exponiendolo que , en principio , me pareció una excelente sugerencia :
- Debemos anunciar el robo a José  y a los demás ...
Al oír la palabra << robo >> , la de Magdala  arreció en su llanto , presa de un nuevo ataque de desesperación . Pero el tozudo galileo ni la miró . Y haciendo presa en la muñeca de Juan  , lo arrastró vereda arriba  , desapareciendo de nuestra vista .
Por un lado me alegré  . La intransigencia  del pescador había empezado a crisparme los nervios .
La misión me obligaba  a permanecer en el huerto  , atento a la suerte de los lienzos mortuorios . Ése era mi inminente y delicado objetivo  : hacerme con ellos  y , durante unas horas , someterlos a un exhaustivo análisis  científico en el interior del módulo  . Una vez depositados en la cuna  , daría comienzo la segunda fase de aquella  , por el momento , accidentada aventura  . Pero sigamos el orden cronológico  de los hechos ...
Conmovido , me aproximé a maría  . Se había arrodillado y , abatida , ocultaba  su cara entre las manos . La dejé llorar y deshagorse  . Cuando comprobé  que sus sollozós  y suspiros  empezaban a espaciarse , fui retirando delicadamente sus largas manos  , rogándole que tuviera paciencia  . Pero la Magdalena  , con los ojos hinchados  y enrojecidos  , movió la cabeza , transmitiendome su impotencia  y profunda angustia  . Era triste  y desesperadamente para mi no poder ayudar mejor a aquella hermosa hebrea  de veinte o veintidos años  . Hubiera deseado anticiparle algo de lo que conocía  . pero el estricto código moral que regía nuestro trabajo se impuso una vez más .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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