viernes, 28 de agosto de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 2 - 9 de abril , domingo ( 82 )

En el fondo , como pasaré a relatarn , la imprevista  irrupción de aquella mujer en la fica  contribuyó - y no poco - a multiplicar mi desolación  . Esto fue lo que presencié :
Pedro , como decía ,  subió los peldaños  y , gesticulando  y farfullando incongruencias  , se dirigió  hacia el sendero . Parecía  dispuesto a dejar plantado a su amigo . Pero , súbitamente  , unos apresurados pasos  le obligaron a detenerse . Yo , que me había alzado  y me disponía a salir al encuentro de los apóstoles  , hice otro tanto . Aquello no estaba  previsto ni figura en los textos  evangélicos .
Al fondo de la vereda  , entre el ramaje de los árboles  , se aproximaba rauda una silueta  . Juan terminó  por asomar a la pequeña explanada  abierta frente a la roca  y , despacio  , fue a situarse junto a su expectante  compañero  . No hablaron  . Pedro llevó su mano izquierda  a la empuñadura de su espada  y , temiendo quizá  un desagradable encuentro , esperaron .
La alta y espigada  figura llegó a la bifurcación del caminillo . Y al descubrir la presencia de los galileos  detuvo su nervioso caminar . Era una mujer . Llevaba el rostro embozado en un holgado manto verde hierba  . Creí reconocer el talle  y aquellas delicadas  vestiduras . Y fue  Juan quien confirmaría  mis suposiciones .
- ¡ María ! - exclamó el Zebedeo . Y abriendo sus brazos  se precipito hacia la hebrea  -, ¡ María ! ¡ Perdoname  ! ... ¡ Es cierto , es cierto !
La de Magdala descubrió su cara , acogiendo al feliz  discípulo . Simón  retiró sus dedos del gladius  y , repirando aliviado , permaneció inmóvil . Juan y la Magdalena  habían roto a llorar . Y así siguieron durante algunos minutos , fuertemente abrazados . Pero Simón , cuya paciencia  no era precisamente  generosa , trató de cortar aquella emotiva escena  , recriminándoles  su << infantil credulidad >> e instando a Juan a salir cuanto antes  de aquel << peligroso lugar  >> . Fue  entonces , al lanzar una inquieta mirada a su alrededor  , cuando descubrió mi presencia entre los frutales . El pescador , sobresaltado , desenvainó la espada . Pero , saliendo de mi escondrijo , me di a conocer , invitándole a no perder la calma .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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