domingo, 23 de agosto de 2015

Caballo de Troya - El Diario del Mayor - Tomo 2 - 9 de abril , domingo - año 30 ( 49 )

Al cruzar el arco de la puerta de los Peces  , un penetrante olor a pescado me recordó que  aquél era asentamiento habitual de los tirios . A la sombra  de la muralla , una decena de fenicios - todos ellos  paganos -  animaba  a la clientela  a comprobar las excelencias de las << recientes capturas  del lago de Genesaret y de la vecina  costa de Tiro >>  Al echar una ojeada a los carros  pude distinguir algunos hermosos ejemplares  de percas , salmones , tímalos y lucios , diestramente  protegidos  entre helechos  y gruesa sal diamantina  . Astutamente  , colocaban  a la vista  los peces esmimados como << puros >>  . Los que la Ley de Moisés calificaba de << impuros >> - todos los que carecian de escamas o aletas natatorias - eran escondidos bajo los carros . Para haber sportado de doce a quince  horas desde su posible salida del litoral maditerráneo , la mercancia  no se hallaba  excesivamente  deteriorada  . La nieve , aunque conocida  y utilizada como medio de conservación de los alimentos , era todavía un artículo de lujo , asequible tan sólo a las mesas de los emperadores o de los grandes magnates.
Cuando rechacé  la oferta de uno de los vendedores , al captar mi acento extranjero , el tirio me hizo un guiño . Echó mano de un cesto oculto bajo el improvisado puesto y , en tono de complicidad , me informó que sus << rayas >> , lampreas , langostas , anguilas y siluros  nada tenían que envidiar a los peces " puros ".
Le correspondí con una sonrisa y , deseándole  << salud >> , me al3ejé  del apestoso y enloquecedor corrillo . Curiosamente  , la mayor parte de los << clientes >> eran hombres  - judíos de pobladas barbas  y bigotes rasurados  -, ataviados con sus clásicos ropones de rayas verticales  rojas y azules  y portando en su mano izquierda  sendos capacetes de paja , en los que iban depositando las viandas.
A trompicones fui abriéndome paso hacia el sur , a la búsqueda  de la muralla que separaba  aquel sector  noroccidental del no menos concurrido barrio o ciudad baja .
Las callejuelas de Jerusalén , con su infernal desorden , fueron siempre un tormento . Y las que confluían  en el gran mercado del barrio alto  no lo eran menos  . Las casas  y talleres de adobe  , recostados  las unas  sobre los otros  y éstos sobre aquéllas  , amasados en un laberinto  de sombras , callejones sin salida  y cientos de peldaños  húmedos y pestilentes  por los orines de la chiquellería  y de las bestias de carga  , representaban un serio problema  a la hora de orientarse  . Aunque parezca mentira  , fueron los ruidos y los olores  - característicos según la zona de la ciudad - los que me ayudaron a saber dónde demonios me encontraba .
Autor : J.J.benitez
Un abrazo
Antonio Martinez

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